Un día en el parque acuático

Cuento 7

Esta prometía ser una jornada muy emocionante para Darío, iba con sus compañeros de clase al parque acuático.

Como a gran parte de los niños, le encanta el agua y si, como en este caso, va acompañada de grandes toboganes, mejor.

Una vez en el colegio, mientras esperaban el autocar que iba a llevarles a Agualandia, la maestra aprovechó para explicarles las normas de comportamiento en este tipo de parques:

-No hay que correr, el suelo está mojado, podéis resbalar y haceros daño. Evitad los empujones. Mantened una distancia de seguridad con el que baja del tobogán delante vuestro. Está prohibido tirarse de dos en dos.

Es peligroso detenerse en medio de un tobogán. Y lo más importante: debéis seguir en todo momento las indicaciones de los monitores del recinto.

Hay que reconocer que pocos niños prestaban atención a su maestra. La mayoría estaba ideando planes. Formaban grupos, decidiendo el orden en el que se tirarían, pensando qué bromas gastar a los demás, etc.

Darío se juntó con sus mejores amigos, pero como se fijaba en todo, vio a Irene sola al fondo de la clase. Era una chica retraída que no acostumbraba a jugar con los demás. Antes de conocer a Yliel, Darío no le hubiera hecho caso. Pero con el ángel había aprendido que para ser contestador es necesario “escuchar” todo lo que sucede a tu alrededor. Así que acercándose a Irene le preguntó la razón por la que no se había integrado a ningún grupo, y su respuesta fue que nadie la invitó. Entonces le propuso unirse al suyo.

El resto de la cuadrilla no estaba muy conforme (ellos nunca hablaron con un ángel), pero la aceptaron con resignación.

Por fin llegó el autocar y partieron. Irene y Darío se sentaron juntos y durante el viaje la muchacha le explicó su vida:

-Vivo cerca de un bosque lleno de árboles muy grandes y me gusta pasear. Una tarde, mientras observaba una ardilla, conocí a un personaje muy curioso. Me dijo que era un gnomo y se llamaba Plous. Empezó a explicarme historias maravillosas sobre el bosque y sus habitantes. Desde aquel día, siempre que tengo oportunidad lo visito. Hemos pasado juntos momentos inolvidables.

Irene también le dijo que cuando lo explicó a sus compañeros se rieron de ella y esa fue la razón por la que jugaba sola, sin relacionarse con los demás.

A Darío le gustaron las aventuras de su compañera y aprovechó para hablarle de Yliel. Se dio cuenta que gracias a su interés por “escuchar” había conseguido una nueva amistad, con la cual compartir ilusiones y secretos. Inmersos en la charla el viaje se hizo muy corto.

La entrada a Agualandia fue complicada. Los chicos estaban tan ansiosos por bañarse que no se mantenían un instante sosiegos. El señor de la taquilla no consiguió contarlos, hasta que la maestra se enfadó y los puso en fila india. Tardaron más de media hora en poder entrar.

Cuatro carriles y una pendiente considerable formaban el primer tobogán. Allí hicieron su primera acrobacia: Antonio bajó de rodillas; Víctor de espaldas; Irene de cabeza y Darío lo intentó de pie. Evidentemente se cayó provocando que le llamara la atención el vigilante de aquella zona. Después se dirigieron hacia otro tobogán con forma de ocho.

-¡Qué pasada!

-dijo Antonio al sacar la cabeza del agua llegando al final.

-¡Ha sido tope! -gritaba Irene al secarse la cara.

-A mí me ha dejado magullado

-,comentó Víctor.

-¡Súper guay! -acabó diciendo Darío.

La siguiente etapa los condujo hacia el llamado río salvaje, un tobogán de cuatro fases por el que se bajaba con unos enormes neumáticos hinchables. La fuerza del agua provocaba constantes choques contra las paredes, lo cual hacía más divertida aquella atracción, aunque no dejaba de esconder cierto riesgo.

-Ésta ha sido bestial! Me he hecho sangre-, se quejó Darío mientras miraba la herida de su rodilla-. En el último tramo he chocado muy fuerte contra la pared. Voy a ver si me curan, sino dejaré las piscinas rojas.

Mientras sus amigos repetían en la misma atracción él fue hacia la enfermería. Allí una chica muy amable le rogó que esperara un momento, porque estaban atendiendo una torcedura. Vencido por el cansancio, Darío se quedó adormilado. Entonces una voz familiar le dijo:“

-Ve a la piscina de olas a salva una niña…,a la piscina de olas…, a la piscina de olas".Se despertó sobresaltado y, sin pensarlo dos veces, fue corriendo hasta la piscina de olas. Alerta, se puso a mirar a un lado y a otro, hasta que en una esquina alcanzó a ver una mano que se hundía en el agua. Buscó rápidamente al vigilante de la piscina. Éste conversaba con una turista. Darío empezó a chillar:

-¡Que se ahoga!, ¡Que se ahoga!, ¡Aquella niña, rápido!,

- señalaba con el dedo índice.

El vigilante saltó de su silla como si tuviera un muelle en el culo. Se lanzó al agua con gafas de sol, camiseta y zapatillas. Al cabo de unos segundos salía a la superficie con una niña en los brazos. No aparentaba más de cuatro años y en su cara se reflejaba el susto vivido, pero estaba tosiendo y escupiendo agua, señal inequívoca de que estaba salvada. Al momento la gente se arremolinó a su alrededor. Darío, que no aprecia en exceso las muchedumbres, aprovechó la ocasión para volver a la enfermería. Su rodilla ya no sangraba pero consideró mejor que se la desinfectasen, al recordar que su madre siempre le dice que en las piscinas públicas hay muchos microbios. Cuando ya le tocaba el turno llegó la niña que estuvo a punto de ahogarse para que le hicieran una revisión. Mientras la madre hablaba con el médico ella dijo:

-Hola, me llamo Loira y ¿tú? Darío.

-¡Eres quien me ha salvado la vida!.
-¿Cómo lo sabes?
-Me lo ha dicho un ángel. Se me apareció cuando estaba ahogándome y me dijo que no me preocupara, que Darío me iba a salvar. Se lo comenté a mi madre, pero no dejó repetirme que ha sido el vigilante de la piscina que se llama Juan, hasta que se enteró que él se había tirado al agua al oír los gritos de un niño.

-Yliel, seguro que ha sido cosa de él -, murmuró Darío.

-Mira mamá, éste es el niño que me ha salvado.La madre lo abrazó agradecida mientras dejaba caer unas lagrimas de alegría.

-¡Dios mío!, Acabas de salvar a mi hija, ¿puedo hacer algo por ti? ¿Necesitas algo? Pero, ¿qué estás haciendo aquí?

-Dijo dándose cuenta que estaban en la enfermería

-¿Te has hecho daño?

-No, no se preocupe señora, se trata de un rasguño sin importancia.Después de finalizar la revisión a Loira, y habiendo comprobado que se encontraba perfectamente, por fin curaron la herida de Darío que pudo volver junto a sus amigos.

-Has tardado mucho-, le recriminó Irene -hemos subido a la serpiente de cascabel, ¡es súper guay!, das dos vueltas en zig-zag para salir disparado hacia un tubo que te lanza haciendo que caigas de bomba a la piscina.

Después de esta explicación, Darío no pudo resistirse. Fue a tirarse enseguida varias veces por la serpiente de cascabel. La siguiente etapa les llevó a la piscina de burbujas, donde el continuo movimiento del agua estimulaba las ganas de hacer pipí.

-Voy al lavabo, dijo Darío a sus amigos. Por el camino se encontró con una niña que lloraba.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?

-He perdido a mi hermano pequeño, le dije que me esperara mientras me tiraba por éste tobogán y cuando regresé ya no estaba.

-¿Has ido a información para que lo llamen por los altavoces?

-Sí, y ya lo han hecho varias veces, pero no aparece-,contestó la niña llorando desconsoladamente.

-¿Cómo se llama?
-Eric-No te preocupes que yo también lo buscaré.

Darío decidió ayudar a la niña pero antes necesitaba hacer pipí. Justo cuando llegó a la puerta de los lavabos más cercanos, la señora de la limpieza le dijo:

-Estos servicios permanecerán cerrados durante unos minutos, lo mejor es que vayas a los que se encuentran cerca de la puerta de entrada.El chico se quedó pensativo. Si bien era cierto que podía aguantarse durante unos minutos más, resultaba extraño que le cerrasen los lavabos en aquel preciso instante. Además no alcanzaba a comprender por qué aquella señora lo enviaba a los que estaban al otro lado del recinto, si había algunos más cerca. “Yliel dice que tengo que “escuchar” lo que sucede en mi entorno, así que seguiré el consejo de la señora de la limpieza” -se dijo.

Cuando llegó, lo primero que hizo Darío fue descargar su bufeta, porque estaba a punto de ocurrir una desgracia. Al acabar, percibió como un ruido, un lamento, que provenía del único retrete con la puerta cerrada. Se acercó mientras preguntaba:

-¿Hay alguien? ¿Necesita ayuda?Estalló entonces claramente el lloriqueo de un niño pequeño.

Algo en su interior se lo hizo saber, entonces preguntó:

-¿Eric, eres tú?

-Sí, me quedé encerrado. Ayúdame, no puedo abrir la puerta. -dijo con voz entrecortada.

Darío cogió una silla que había en la entrada, y tras subir en ella se encaramó a la puerta. De un salto entró, cayendo sobre la taza del water, sin poder evitar que una de sus zapatillas se introdujera dentro.

-¡Ecsss! -Dijo al recuperarla con dos dedos, poniendo cara de asco y tirando de la cadena.

Después de dejarla en el suelo, consiguió abrir el pestillo encallado. Al salir abrazó con fuerza a Eric que estaba muerto de miedo. El pequeño le explicó.

-Quise cerrar como lo hacen los grandes, y después no pude abrir.

-¿Por qué no has gritado solicitando ayuda?

-¡Sí grité!, pero no vino nadie.

Darío limpió con abundante agua y jabón su zapatilla y después le acompañó a información. Al poco tiempo de avisarla por los altavoces, la hermana llegó corriendo muy sofocada. Abrazó y besó a su hermano y luego hizo lo propio con su salvador.

Sus amigos ya no estaban en la piscina de burbujas, los encontró en la de olas, esperando a que la pusieran en marcha.

-Oye, ¿dónde te habías metido? -Inquirió Víctor.

-He ido al lavabo.

-¿Te encuentras mal?, has tardado más de media hora.

-No, sólo he ido a hacer pipí.-contestó sonriendo.

quí huele mal, ¿no? -Dijo Irene arrugando la nariz.

Darío no pudo evitar una mirada hacia su zapatilla, pero al instante Antonio replicó:

-Mirad, el olor debe venir de aquella alcantarilla que están arreglando. Mejor que nos vayamos un poco más lejos.

El muchacho respiró tranquilo al ver que no era el origen de aquella pestilencia.

Después de la piscina de olas llegó la hora del almuerzo. El punto de reunión de la clase era la zona de picnic, donde se comieron. Por la tarde más piscinas, más toboganes, más diversión, hasta el momento de marchar.

Durante el viaje de vuelta no se oía un suspiro, los niños estaban reventados y en su mayor parte quedaron dormidos. Darío se dejó vencer por el sueño, rendido por las emociones vividas. Mientras descansaba la voz se le presentó nuevamente:"El autocar tiene una rueda pinchada, haz que se detenga o tendréis un accidente"Se despertó sobresaltado, intentando pensar con rapidez la manera de conseguir que el autocar se parara.

Era evidente que si le decía a la maestra o al conductor de parar el vehículo por tener una rueda pinchada, le harían volver a dormir pensando que aún estaba en brazos de Morfeo. No hablemos si les confesaba que la información se la daba un ángel, seguro que se lo llevaban al manicomio. Necesitaba inventar algo.

Al cabo de unos minutos, saltó del asiento gritando:

¡Ya sé qué puedo hacer!.Al oír los gritos, Irene que se sentaba a su lado, se despertó asustada.

-¿Qué pasa? ¿Te has hecho daño?

-No, no, sólo me estoy haciendo pipí-.Contestó Darío muy excitado.

-¡Señorita, tengo pipí!.

-Pero nos queda poco para llegar al colegio, ¿no puedes aguantarte?

-¡No, imposible, me lo haré en los pantalones!Al conductor, que lo estaba escuchando, le dio tiempo de replicar:

-Oye niño, no se te ocurra mancharme el autocar, hace dos días que limpié la tapicería, espera un momento que faltan pocos kilómetros para la próxima área de servicio.Enseguida llegaron. Renegando entre dientes, el conductor paró el autocar. Darío salió veloz hacia el lavabo, para hacerles creer que tenía pipí. Al regresar se fue directo hacia la parte posterior del vehículo, mientras el chofer gritaba exasperado:

-¡Pero niño, ¿se puede saber qué buscas?!, ¿Quieres subir de una vez?

-Oiga, señor, hay una rueda muy baja, me parece que está pinchada. La mirada de la maestra hizo que el hombre comprendiera que no podían marcharse sin comprobarlo.

-¡Qué gracioso que es este niño!, Primero el pipí, ahora con la rueda. ¡Vaya tela! ¡El meón nos ha salido mecánico! -iba quejándose el conductor con aire enfadado mientras se acercaba a Darío.

-¡Dios mío, es cierto! -exclamó al llegar

-Está pinchada. No quiero ni pensar lo que hubiera podido ocurrir si no nos hubiéramos parado. Chaval, parece que tu pipí nos ha salvado de una buena, ya podemos darle las gracias a tu “pichurrina”.Mientras el conductor hablaba, Darío ya se lo estaba agradeciendo, pero no a su aparato urinario, sino a quien evitó el accidente: Yliel.La maestra, después de hacer que bajaran los niños del autocar, llamó a la escuela para que comunicasen a los padres el retraso. El resto del camino Darío estuvo pensando en las aventuras de la jornada. ¿Se estaban despertando en él nuevas facultades?

En un solo día había salvado a una niña que se ahogaba, encontrado un hermano desaparecido y evitado un accidente de tráfico. ¿Todo se acababa aquí o podría seguir ayudando a la gente que lo necesitara? ¿Ser contestador le serviría para evitar desgracias? Eso de “escuchar funcionaba realmente. ¿Iba a estar Yliel siempre en contacto con él? Y, estando despierto, ¿podría llegar a conectar con el ángel?

El autocar llegó a su destino y Darío abrazando a sus padres les comunicó muy serio:

-Quiero hablar con vosotros, os tengo que contar muchas cosas, tengo infinidad de preguntas que me bailan en la cabeza.El niño explicó a continuación los sucesos del día y no pudieron evitar que se les pusiera la carne de gallina al oír el relato del autocar. A su madre se le escapó entonces un: "gracias Yliel", mientras alzaba la mirada al cielo. Después, Darío los puso al corriente de todas las dudas que tenía con respecto a su futuro.

- No te preocupes hijo, porque el tiempo irá indicándote lo que tienes que hacer. Creo que no es bueno que te inquietes, sino que desarrolles tus facultades poco a poco. Los consejos que te ha dado hasta ahora Yliel son muy buenos, no dudes en seguirlos, procura “escuchar” todo cuanto suceda a tu alrededor y ya sabrás cómo actuar en cada momento.

Al final el padre se quedó pensativo. Por primera vez hablaba a su hijo como si fuera una persona mayor. Cuando el chico ya dormía le comentó a su mujer:

-¿Te has dado cuenta cómo ha madurado en poco tiempo? Su relación con el Ángel lo ha transformado totalmente, ya no es nuestro pequeño. En ciertos momentos se diría que él nos educa a nosotros y no al revés. ¿No te parece?-Tienes razón. A veces me vienen ganas de pedirle consejo ¿Quizás nosotros también podríamos contactar con Yliel, no?

Tristán Llop


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