La búsqueda de sí mismo: Inicio de la peregrinación

Me contó mi buen amigo Tristán que, según su padre, Kabaleb, cuando alguien se resiste a realizar en su interior los cambios necesarios, surge la necesidad del viaje. Estoy segura de que eso es lo que ocurre con relación al Camino de Santiago.

Cuando realicé la peregrinación por primera vez no sabía qué fuerza me empujaba para dejar trabajo y familia y andar, casi 800 kilómetros, por una ruta de la que apenas sabía nada, y que me iba a mantener alejada, durante un mes, de mi casa y de mi ambiente habitual...

Ahora estoy convencida de que esa fuerza que me impulsó a hacer esta peregrinación, no fue otra que la necesidad imperiosa que yo tenía de cambiar mi visión de la vida. Y como no fui capaz de realizar ese cambio por dentro, mi Yo Superior me condujo a experimentar esa transmutación alquímica necesaria, andando por el Camino de Santiago.

Durante mi experiencia en esta ruta, pude comprobar cómo muchos peregrinos no sabían qué estaban haciendo allí. Aunque en todos se podía adivinar un impulso, más o menos claro, de búsqueda de sí mismos.

Luego, con el tiempo, el propio Camino habla a cada uno en su idioma y ofrece respuestas a los interrogantes vitales de cada cual. Aunque claro, esta no es una ley matemática que funciona a la primera, y a veces esa necesidad de cambio nos lleva a repetir el camino una y otra vez.

A pesar del despiste inicial que tenemos los peregrinos cuando iniciamos el Camino de Santiago por primera vez, hay algunas señales que nos resultan evidentes en cuanto ponemos los pies en la ruta de las estrellas.

La primera es la similitud del Camino con la propia vida. Y, derivada de ésta, te haces consciente de tu condición de peregrino. Sólo estás aquí de paso. Llegas a la Tierra con fecha de caducidad, como los yogures, y lo haces por una razón, con una finalidad que, si no sabes, debes descubrir.

Otra cosa de la que te haces consciente –y cuando hablo de hacerse consciente, no me refiero a una certeza intelectual- es que sólo te sostienen tus propios pies. Nadie puede andar por ti. El Camino es un viaje solitario, aún cuando haya mucha gente a tu alrededor.

Y te das cuenta también de que no es lo mismo “conocer el Camino, que andar el Camino”. Existe la costumbre de querer llevar “controlados” todos los aspectos de la ruta. Cuántos kilómetros vas a andar cada día, dónde se ubican los albergues, qué iglesia hay que visitar… Pretendes planificar el Camino, como quieres planificar la vida, pero es imposible.

Se puede llevar una guía, se puede haber estudiado cada palmo de la ruta en Internet, se puede “conocer” perfectamente el Camino, aún antes de haber puesto un pie en él. Pero ese conocimiento virtual o intelectual no te servirá de nada.

El Camino, como la vida, hay que andarlo con los pies, y recorrerlo con todos los sentidos. Mojándose con la lluvia, quemándose con el sol y abiertos a cualquier experiencia. Al igual que la existencia, el Camino de Santiago no te descubrirá sus secretos, si no lo vas recorriendo día a día.

Luego, en algún momento, quizá cuando lo hayas recorrido muchas veces, te descubrirá el mayor secreto de todos: que tú eres el Camino, y que no hace falta ir a ninguna parte para encontrarte a ti mismo.

Como decía Machado: “caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.

Los grandes descubrimientos no ocurrirán hasta que no seas capaz de hacer los cambios interiores necesarios. Mientras llega ese momento, ¡disfruta con alegría de la experiencia que te ofrece la ruta jacobea y… buen Camino!

Rosa Villada (http://webs.ono.com/rosavillada/)
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