Vivir el momento presente. Parece fácil ¿verdad? Sin embargo nuestra mente vaga continuamente del pasado al futuro, sin detenerse casi nunca en lugar en el que estamos, y en el instante que vivimos. El Camino de Santiago te obliga, en cierto modo, a vivir en el presente y a dejarte llevar por ese momento eterno.
Esta es otra de las cosas que enseña la Ruta de las Estrellas. Mientras andas el Camino, el tiempo adquiere una dimensión y un valor distinto al que le otorgamos en nuestra existencia cotidiana...
Para empezar, lo único que tienes que hacer desde que te levantas a la salida del sol es andar. Ninguna otra obligación te espera en ese día. Te puedes permitir el lujo de ir añadiéndole vivencias a tus días, sin la tiranía de horarios establecidos.
Lo primero que hice, de forma instintiva, al llegar a Roncesvalles para hacer mi primer Camino fue quitarme el reloj. Y cada vez que regreso a la Ruta de las Estrellas vuelvo a repetir el mismo ritual. Guardo el reloj y no me lo vuelvo a poner hasta que termina mi Ruta.
En una ocasión, incluso, se me olvidó llevármelo y me lo dejé en casa. Pensé: “mejor, está claro que el tiempo que voy a vivir no se puede medir con los parámetros normales de las horas y los minutos”.
Como siempre, no resulta fácil gozar de esta extraordinaria libertad. Cuando llegamos al Camino estamos demasiado impregnados de nuestros hábitos cotidianos y no nos entra en la cabeza que no hay nada concreto que hacer, ni ningún sitio al que llegar con urgencia.
La ruta que transita por el llamado Camino francés, está tan sobradamente dotada de albergues, bares y tiendas donde pernoctar, comer y comprar lo necesario, que no hace falta correr para llegar a ningún sitio concreto, salvo que tú quieras que ése sea tu objetivo.
Aún así, como digo, los primeros días del Camino resulta difícil dejar el sitio de donde venimos. Nuestro cuerpo ya no está en nuestro hogar, ni en el lugar donde trabajamos. Nuestros pasos nos han llevado lejos de allí. Pero nuestra mente continúa ocupada con los problemas que nos preocupan, con lo que hemos dejado atrás, y esto nos impide vivir el momento presente que nos ofrece la Ruta de las Estrellas.
Con el tiempo –por eso insisto tanto en que dediquemos al Camino todos los días que podamos- poco a poco y paso a paso, ese runrún incesante de la mente se va apagando y empezamos a sintonizarnos con el aquí y ahora que estamos viviendo.
Hasta que un día, casi sin darte cuenta, después de haberte vaciado, el Camino se te mete dentro, te haces uno con él, y en el silencio –sólo roto por los sonidos de la Madre Naturaleza- empiezas a escuchar su voz.
Puede que sea un susurro, que dure sólo un instante, pero es suficiente para que seas consciente de que en esos pocos segundos has conectado más con la Vida que en todas las horas, los días y los años que marcan tu reloj y tu calendario.
Sólo por vivir uno de esos instantes que te permiten saborear el eterno ahora, merece la pena la búsqueda que te lleva a andar cientos de kilómetros por el mágico Camino de Santiago.
Rosa Villada