La palabra globalidad está siendo muy utilizada en los últimos tiempos, pero son pocos los que la usan refiriéndose a las tendencias del propio ser humano y a su motor principal, las emociones.
Tenemos tendencia a vivir la vida como si lo que sucediera en ella fuera una tira de hechos aislados, unidos a veces por la casualidad. Pero esta visión genera tristeza, miedo, inseguridad, desconsuelo…
En cambio, cuando empezamos a visionar nuestra vida como si se tratara de una película en la que las escenas forman parte de un guión, con rodaje en exteriores e interiores, con diálogos y silencios, con dramas y alegrías, entonces todo toma sentido. Además, con esta visión, nos damos cuenta que somos capaces de modificar ese guión, que podemos cambiar el papel de un personaje. Así, uno que hacía el rol de malo, lo pasamos a bueno o lo borramos del elenco de nuestros actores.
Sabernos poseedores del mando a distancia, de la capacidad de dirigir nuestra historia, nos dará una gran esperanza, sobre todo en épocas de vacas flacas, en momentos de crisis, cuando parece que todo a nuestro alrededor se venga abajo.
Por otro lado, es importante saber que la mayor parte de las vivencias penetran en nosotros a través de las emociones, pero nuestra principal lucha estriba en intentar racionalizarlas para poder comprenderlas. Así perdemos gran parte de nuestro tiempo en querer justificar acciones que nunca lo son.
Las emociones son emociones y deben vivirse como tales y saber extraer de ellas su esencia, su aprendizaje, en lugar de quedarnos anclados en la alegría o en la tristeza que nos han causado. Una vez vividas hay que superarlas, pasar a la siguiente.
La globalidad emocional consiste en saber vivir nuestras emociones como un conjunto de piezas que formarán un puzzle, sin rechazar ninguna de ellas porque esté menos coloreada que las demás.
Tristán Llop (Talismanes y Amuletos para la nueva Era)