Rosa nos propone en este nuevo relato una transformación alquímica, un cambio necesario en cualquier camino evolutivo y el de Santiago lo es.
Entre los muchos símbolos que encontramos en el Camino de Santiago, la muerte está muy presente. Suele aparecer en forma de calavera, en los capiteles de algunas iglesias, sobre las puertas, o escondida en los lugares más insospechados Y es que la ruta de las estrellas es un camino iniciático de muerte y resurrección...
El peregrino que inicia el Camino a pie, no es el mismo que llega a Santiago. En su interior se ha producido una transformación, que pasa por la muerte de su antigua personalidad profana, para renacer a una nueva dimensión sagrada.
Decía el brujo yaqui don Juan, según cuenta en sus libros Carlos Castaneda, que la muerte camina siempre a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo estirado, y que si miramos de reojo con rapidez, podemos percibir su sombra.
En uno de los libros de Castaneda, “Viaje a Ixtlan” el chamán le recomienda a su discípulo que utilice a la muerte como consejera, y le obliga a que se pregunte: “¿Cómo puede uno darse tanta importancia, sabiendo que la muerte nos está acechando y nos dará alcance?”
El proceso de cambio que afecta al peregrino durante su recorrido por el Camino de Santiago, pasa necesariamente por la muerte. Un sendero imprescindible para poder nacer a una nueva vida.
Hay quien da por terminada la peregrinación con la llegada a la catedral de Santiago de Compostela, donde simbólicamente se ubica la tumba del apóstol. Al hacerlo así, el proceso de la muerte que se ha producido a lo largo del Camino, culmina en esta tumba.
Pero tras la muerte ha de llegar la resurrección, y el peregrino tiene que continuar caminando, durante tres simbólicos días más, para llegar al mar. Allí, en Finisterre, el final de la tierra, el peregrino sube hasta el faro para contemplar la puesta de sol, alcanzando así la fase de resurrección.
Antes de ver cómo el disco solar se sumerge en las aguas, el peregrino se ha desprendido de algunas de sus viejas prendas, que ha llevado durante todo el Camino, y las ha quemado en una especie de altar. Con este gesto, está simbolizando la muerte de esa vieja personalidad que quiere trascender.
Jesucristo resucitó al tercer día de su muerte. De la misma forma, el peregrino, después de llegar a la tumba de Compostela, aún tiene que completar la ruta para resucitar a su nueva personalidad sagrada; la que tendrá que regir su vida a partir de entonces.
Hablamos de símbolos, claro está. Nuestro cuerpo no muere ni resucita a lo largo del Camino. Pero los esquemas que sostenían nuestro mundo, se han derrumbado, han cambiado.
La muerte no ha dejado de acompañarnos desde que damos nuestro primer paso en la ruta de las estrellas, y al final, se ha llevado para siempre a nuestra antigua personalidad.
Esa muerte, que tantas veces vemos representada durante la ruta por una calavera, camina a nuestro lado. Y haríamos bien en aceptar sus consejos y entregarle de buen grado todo lo que ya no nos sirve para la nueva vida que vamos a emprender a la vuelta del Camino.
Esa muerte diaria que experimenta el peregrino, es absolutamente necesaria para la transmutación que experimentará al final de la peregrinación. De la misma forma que es imprescindible que la oruga muera, para que pueda nacer la mariposa.
Rosa Villada