El ángel de la guarda

Cuento 1
Darío era un niño muy espabilado. Le gustaba jugar, claro, y también leer cuentos y escribir lo que se le ocurría, pero sobre todo le encantaba preguntar.

Quería saberlo todo porque se había propuesto, cuando fuese grande, ser contestador.
Sus padres se hartaban de repetirle que esa profesión no existía, pero él les replicaba que, si era necesario, estaba dispuesto a inventarla.

Se daba cuenta que para conseguirlo tenía que aprender muchísimo, más que sus maestros, más que los presentadores de telenoticias; más que todo el mundo. Por eso siempre hacía preguntas.
Ya de muy pequeño interrogaba a cualquiera que tuviera delante, especialmente a los mayores.

Cuando tenía tres años, mientras jugaba, se quedaba boquiabierto mirando los cromos y preguntaba cómo habían hecho para pegar la imagen del futbolista en aquel papel. A los cinco ya quería saber cómo se había agujereado la luna. Ahora con nueve años cada vez se preguntaba más cosas.

Darío era bastante alto para su edad. Tenía unos ojos grandes y negros, como su madre, que se iluminaban cuando alguien le contestaba una de sus preguntas especiales. Su pelo era oscuro y rizado; y tenía una sonrisa única que se contagiaba y que le hacía caer bien a la gente.

Su inagotable curiosidad lo empujaba a buscar respuestas continuamente. Tan pronto era capaz de preguntar por qué no se caen las estrellas, como de qué está hecho un moco.

Un día, mientras jugaba en el patio, oyó a Silvia, una niña de su clase, que hablaba con otros compañeros sobre el ángel de la guarda.

-¿Qué es un ángel? -preguntó acercándose al grupo.-Es alguien que nos protege para que no nos suceda nada malo - contestó Silvia.

-Pues el miércoles el mío se despistó, porque me hice un chichón enorme -interrumpió Manuel, que era especialista en hacer travesuras.

-¿Todos tenemos un ángel de la guarda?

-Claro.-¿Y cómo es un ángel, lo has visto alguna vez?

-No, pero mi padre dice que está siempre a mi lado cuidándome.

-Pues yo si no lo veo no lo creo -dijo de nuevo Manuel.

-Muy listo. Y como no ves el aire no respiras ¿verdad? -contestó Silvia.

Darío no pudo seguir haciendo preguntas porque la hora del patio había terminado. Pero aquel día no dejó de pensar en el ángel de la guarda. Necesitaba saber más cosas sobre los ángeles. Así que cuando llegó a casa le preguntó a su madre:
-Mamá, ¿qué es el ángel de la guarda?

-La mujer, que estaba preparando la cena, le contestó:

-Mira hijo, cuando venga papá se lo preguntas.

La respuesta no le sorprendió porque su madre nunca contestaba cuando estaba atareada. Además, a ella le gustaba buscar cosas en el diccionario, como cuando no sabía lo que quería decir "entelequia". Pero estas otras preguntas raras prefería que las contestara su marido. Así que su interés fue creciendo. Cada vez tenía más ganas de que llegara su padre. Llegó la hora de cenar y papá seguía sin venir. Estaba muy nervioso.

-Mamá, ¿por qué no ha llegado papá?

-Debe de tener trabajo en el despacho, pero seguro que no tardará, empieza a cenar.

Darío acabó de cenar, o más bien de tragar, muy rápido. Luego fue a cepillarse los dientes sin que se lo tuvieran que mandar, como tantas otras veces, y se puso el pijama. Aquella disciplina tan poco frecuente no era porque sí: era importante tener a su madre contenta. Si se enfadaba le enviaría a dormir y necesitaba hablar con su padre para hacerle todas las preguntas que había preparado. Estaba seguro que no le fallaría.

Pero el hombre no llegaba.

-Mamá, ¿me dejas leer un ratito antes de acostarme?

-De acuerdo, pero sólo un poco. Te pones en la cama y a las diez apagas la luz.

-Vale.

Darío cogió un libro que le había regalado su tío, contaba la historia de una bruja que hacía encantamientos a todos los que eran feos. Pero antes de hechizarlos les planteaba una adivinanza, si acertaban se salvaban. A él le gustaban mucho ese tipo de cuentos, pero en aquel momento, a pesar de que la bruja estaba a punto de equivocarse y encantar a una bellísima princesa, por más que lo intentaba, no conseguía concentrase en el acertijo: "Una cajita blanca que una vez que se abre ya no es estanca". Lo único que realmente deseaba era que su padre llegara enseguida.
-¿Por qué no viene? -se preguntaba sin parar.

En aquel preciso instante, oyó el ruido de la puerta. Se levantó de la cama de un salto y se fue corriendo hacia allí y por el camino pensó: "el huevo, la cajita blanca es un huevo".

-Papá, papá! -gritó al acercarse.

Cuando la puerta se abrió se echó en sus brazos.

A su padre le gustaba mucho que fuera a recibirlo:

-Hola cariño, ¿has tenido un buen día? ¿Te lo has pasado bien en el cole? ¿Has aprendido algo nuevo?

-Papá, tengo que hacerte unas preguntas muy importantes.

-No querrás saber cómo se peina un calvo? ¿O cuántas pulgas tiene Milou? ¿O si Hércules come mucho Cola-Cao?

-Jo, papá! Que te estoy hablando en serio.

-Si, pero el otro día me preguntaste cómo podía quitársele la joroba al Jorobado de Notre Dame. Darío hizo cara de pocos amigos y su padre se apresuró a decirle:

-Bueno, anda, deja que me quite la chaqueta y me ponga las zapatillas. ¡Vas descalzo!, ya sabes que no queremos que camines así. Métete en la cama que enseguida voy.

-El niño obedeció a la primera y esperó ansioso.

Aquellos cinco minutos le parecieron una eternidad, pero por fin el padre estaba allí dispuesto a contestar.

-Papá, ¿qué es un ángel?

Aunque estaba acostumbrado a todo tipo de preguntas, aquella no se la esperaba.
Afortunadamente hacía tiempo que había leído un libro que hablaba de los espíritus celestiales e hizo memoria:

-Un ángel es alguien que no tiene un cuerpo como nosotros, que vive de una forma diferente y en un mundo distinto al nuestro. Pero, por lo que yo sé están muy cerquita y dedican todo su tiempo a ayudarnos.

Se le hacía difícil hablar de estos temas con su hijo, porque pensaba que hay cosas que un niño no puede entender. Pero en cambio vio en sus ojos esa luz que indicaba que le había gustado la respuesta.

-¿En qué mundo viven los ángeles, papá?

-En el mundo de los sueños. A menudo, cuando soñamos, nos los encontramos, aunque luego por la mañana, al despertarnos, no nos acordemos.

-¿Tengo un ángel de la guarda?

-Sí, claro, todo el mundo lo tiene.-¿Cómo se llama el mío?

El padre se acordó entonces de un nombre que había leído en aquel libro de ángeles y le dijo:

-Yliel, se llama Yliel.

-Yliel, ¡qué bonito! ¿Y cómo hace para cuidarme?

-Eso se lo tendrás que preguntar tú.

-Pero yo nunca he conocido a un ángel ¿Cómo puedo hablar con él?

-Muy fácil, como vive en el mundo de los sueños y allí es donde vamos cada vez que dormimos, cuando te duermas, si lo llamas, vendrá.

-¿Pero estás seguro que me oirá?

-Por supuesto. Los ángeles lo oyen todo.

-Bueno papá, pues me voy a dormir para hablar con Yliel. Tengo muchas cosas que preguntarle, porque los ángeles deben tener las respuestas, ¿verdad?

-Claro que si.- Debe ser fantástico conocer otros mundos. Buenas noches, papá.

-Buenas noches cariño, pero ten presente que es posible que mañana no recuerdes lo que ha pasado en tu sueño.

Se dieron un beso y Darío se durmió pensando que quería hablar con Yliel.

El padre se marchó de la habitación sin tener muy claro si su fórmula funcionaría, ya que a pesar de haberlo leído en aquel libro, nunca lo había probado. Y no por falta de ganas, sino porque pensaba que era más bien cosa de niños y que a él ya se le había pasado la edad de llamar a su ángel de la guarda.

A la mañana siguiente, cuando se despertó, Darío intentó recordar lo que había soñado, pero le fue imposible. A pesar de ello se levantó muy contento, tenía la impresión de habérselo pasado bien en el mundo de los sueños.

-Buenos días cariño -dijo su padre, -¿has dormido bien? ¿Te acuerdas de lo que has soñado?

Cada mañana le hacía las mismas preguntas, pero ese día le parecieron especiales, como si fuera la primera vez que las oía.

-He dormido muy bien papá, pero no me acuerdo de lo que he soñado.

-No te preocupes, estoy seguro que esta noche has estado con Yliel y verás que si sigues intentándolo, un día te acordarás de tus sueños.

Aquellas palabras fueron muy importantes para Darío y se sintió tan emocionado como el día que su maestra le escogió para hacer de príncipe en la obra de teatro de fin de curso.

Todo el día estuvo pensando en Yliel.

Al salir del colegio volvió a casa con Antonio, un amigo al que había invitado para jugar. Después de merendar, encendieron el ordenador y escogieron el "memory", un juego que exige concentración y buena memoria visual. Antonio ganó tres veces consecutivas. Estaba contentísimo, ya que nunca había conseguido superarle ni una sola vez.

-He vuelto a ganar! ¡Viva! -exclamó su compañero levantando los brazos de emoción.

Pero es que Darío no estaba atento al juego, no dejaba de pensar en Yliel y en la hora de irse a dormir para poder hablar con él. Cuando por fin llegó el momento de acostarse pidió en voz alta:-Yliel, quiero conocerte en el mundo de los sueños para que contestes a mis preguntas y me enseñes qué hacéis los ángeles.

A lo largo de toda una semana Darío estuvo repitiendo aquellas palabras antes de irse a dormir.El séptimo día sucedió algo extraño. Tras unos minutos de haber pronunciado la frase, se durmió profundamente y oyó en su sueño cómo alguien le decía:

-Hola, soy el ángel Yliel. Hace días que me estás llamando y ya estoy aquí, pregúntame lo que quieras.

Lo cierto es que el chico se quedó extrañado al encontrarse delante de un ángel. Era un personaje curioso, Tenía el pelo rubio, pero en lugar de rizado parecía que lo llevara a tiras; Estaba vestido totalmente de blanco, menos dos alitas verdes que le salían de la espalda; sus brazos eran largos y sus piernas también; y su nariz era similar a la de Pinocho, pero cuando no dice mentiras. Yliel apareció en una especie de nube azul llena de estrellas. Darío se sentía muy bien en su presencia.

-¿Eres mi ángel de la guarda?-le preguntó.

-No, tu ángel se llama Rochel.

-Entonces, ¿tú a quién guardas?

Ayudo a muchos niños que tienen problemas.

-¿Y cómo sabes que tienen problemas?

-Porque sus padres o ellos mismos me llaman, como lo has hecho tú.-Yo no tengo problemas.

-Es cierto, ¿pero quieres que conteste a tus preguntas, verdad?

-Claro. ¿Cómo solucionas las cosas, haces magia?

-No, no exactamente.

-Yo creía que los ángeles hacíais magia.

-Algo parecido, pero ahora no tengo tiempo de contártelo, se te acaba el sueño. Si quieres llámame mañana por la noche y te lo explicaré. Adiós.

Darío se quedó un poco intrigado, aunque no le dio tiempo ni de despedirse, porque sintió cómo su madre le daba besos intentando despertarlo.

-Cariño, venga, hay que levantarse para ir al colegio.

-¡Mamá, mamá, he visto a Yliel!

-¿A quién?

-Al ángel Yliel

-Muy bien hijo, muy bien. Ahora vístete rápido o llegarás tarde al colegio.

El niño estaba excitadísimo y necesitaba explicarlo enseguida. Así que se dirigió rápidamente hacia el cuarto de baño, donde su padre se estaba afeitando.

-¡Papá, papá, he visto a Yliel esta noche!

-¿Que has visto qué?

-He visto al ángel Yliel en el mundo de los sueños - contestó el chico muy nervioso.

-¡Qué bien!- respondió dándose cuenta de la importancia que esta respuesta tenía para su hijo. -¡Cuéntame! ¿Qué ha pasado?

Darío, emocionadísimo, empezó a relatarlo todo sin olvidarse de un sólo detalle. Cuando acabó su padre dijo:

-Seguro que estás deseando que llegue la noche- y el hombre, aprovechándose de la situación, añadió: -Si vuelves a hablar con Yliel, no dejes de preguntarle si puede ayudarte con los estudios.

El chico sabía muy bien por qué le decía esto, ya que, en la última entrevista, la maestra le había comentado que se retrasaba con los deberes y a menudo se distraía en clase.

Aquel día estuvo más despistado que de costumbre. Tuvieron que llamarle la atención tres veces por no escuchar las explicaciones, se equivocó en las sumas y además lo castigaron sin patio. Y es que no dejaba de pensar qué le preguntaría esa noche a Yliel. Se le ocurrían muchísimas cosas:

¿Por qué vuela Superman? ¿Cómo lo hace Papá Noël para introducirse en las chimeneas si está tan grueso? ¿Por qué unas personas mueren más jóvenes que otras? ¿Dónde vamos cuando nos morimos? ¿Por qué no podemos contactar con el mundo de los sueños cuando estamos despiertos? ¿Por qué hay niños que pasan hambre en el mundo?
Pero al mismo tiempo no estaba seguro si aquellas preguntas interesarían a un ángel.

Finalmente decidió no pensar más en ello, ya sabría qué decir cuando estuviera con Yliel.

Tristán Llop 


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso y emocionante !!!

mjfernandez dijo...

Precioso, se lo voy a leer en voz alta a mi amigos para que sigamos creyendo en los angeles.