El Árbol de la vida, Hesed

Hesed es el cuarto Centro de el Árbol de la vida, y el primero del Mundo de Creaciones. Se sitúa en la columna de la derecha. Según la Tradición, toda fuerza activa necesita pasar por cuatro fases para desarrollarse: YOD-HE-VAV-HE, siendo la primera la semilla, el impulso, la voluntad; la segunda, la tierra donde esta semilla debe germinar; la tercera el resultado de la acción de la primera sobre la segunda, o sea que la semilla florece; y la cuarta es el resultado final de este ciclo, es decir, el fruto. Pero éste contiene una nueva semilla y por lo tanto, será el inicio de otro ciclo... (sigue)

En el Árbol de la vida, Kether representa pues la primera fase, Hochmah la segunda, Binah la tercera y Hesed la cuarta del primer ciclo o Mundo de Emanaciones, pero es a la vez la primera de otro ciclo, el de Creaciones, que se asimila a las emociones. En este sentido, podríamos decir que Hesed es el fruto del pensamiento divino (de Kether-Hochmah-Binah) y que contiene al mismo tiempo la semilla del Mundo de Creaciones, o sea de los sentimientos. Como consecuencia de todo ello, en Hesed nace el deseo que impulsa a las personas a conquistar y a gozar de todo.

Este Séfira tiene un representante material, Júpiter. En la mitología, Júpiter-Zeus es nieto de Urano e hijo de Saturno-Cronos, igual que en el Árbol Cabalístico. Júpiter es pues fruto de la inteligencia en calidad de hijo de Saturno, pero su propia fuerza da nacimiento a los deseos y en la vida ordinaria, las personas se identifican más con su papel de promotor de los deseos que con el de hijo de la mente.

Esta separación entre mente y deseos aparece claramente reflejada en la mitología, ya que Júpiter destronó a Saturno. Liquidados ya los lazos con su progenitor, Júpiter organizó un universo a su propia imagen, dando rienda suelta a los deseos, que eran los soberanos absolutos. Por ello se relaciona a Hesed con el Paraíso.

Siguiendo el orden establecido en el Árbol de la Vida, primero se activa la voluntad, trazando metas y tomando decisiones (primer centro); se aprovechan las oportunidades, con sabiduría y espíritu positivo (segundo); y se establece un marco de actuación, creando sus pautas de movimiento, localizando sus límites y midiendo el espacio y el tiempo (tercer pilar.)

Con ello la persona está prepara para encarar con garantías el cuarto centro para la construcción de nuestra personalidad. Éste deberá instruirnos sobre el arte y el buen uso del Poder. El poder es una cualidad innata en el ser humano, pero a menudo se abusa de él debido a que su perfume embriaga los sentidos. El poder es como una caja de bombones, la abres con el firme propósito de comerte sólo uno, pero en el momento que lo saboreas sientes la inmediata tentación de probar otro.

La historia está repleta de anécdotas que reflejan abusos de poder, sin que ello deba asustar ni inducirnos a delegar nuestro poder en los demás para evitar problemas. Recordemos que uno de los principales objetivos del ser humano es vivir experiencias y ampliar horizontes. Un camino para ello es buscar en nuestro interior cualidades que permanecen ocultas, con ello nos daremos cuenta que somos capaces de llegar más allá de lo que imaginábamos.

El pilar anterior nos ha argumentado la necesidad de establecer límites, pero ahora estamos en el centro siguiente. Se supone que hemos comprendido que existen unas normas de convivencia que se deben seguir. La asimilación de esas reglas nos capacita para ir más allá y vivir la experiencia de sobrepasar los límites, proyectando los objetivos hacia metas más ambiciosas. Estamos hablando de ampliar horizontes, de romper moldes, de ir más allá de lo prefijado. En cierto modo, se trata de ampliar nuestra dieta, de aprender a ingerir nuevos alimentos, ya que comer siempre lo mismo equivale a permanecer encasillados, a echar el ancla en un punto del océano y pretender pescar siempre en el mismo sitio, es preciso buscar nuevos bancos de peces.

Puede surgir entonces un enfrentamiento interno entre las normas y la necesidad de sobrepasarlas, debido a que con anterioridad hemos tratado de fijar una estructura en nuestro interior y ésta nos transmite seguridad. Pero es preciso comprender que la asimilación de las actitudes que forman parte o que asociamos a cada uno de los pilares, propicia la comprensión del siguiente, y que si bien en ocasiones puede parecer que se presentan contradicciones, se trata de un simple proceso de evolución.

Tomemos un ejemplo relacionado con las normas, las autoridades instalan semáforos en los cruces para que aprendamos a ceder el paso a los que circulan en otra dirección o para que dejemos pasar a los peatones. Sería lógico pensar que si la gente asimila este concepto, se harán innecesarios los semáforos, ya que pararemos todos de forma natural cuando alguien tenga que cruzar. Significa que iremos más allá de la norma, ya que la habremos interiorizado.

La mitología venera a Zeus (griego, Júpiter en latín) como el más poderoso de los dioses del Olimpo. Cuentan que su necesidad de ampliar horizontes era tal que se entendía, además de con su mujer Hera, con diosas, semidiosas y humanas, sin despreciar a los de su propio sexo. Dedicó gran parte de su reinado a inseminar cielo y tierra de hijos (que en el lenguaje simbólico representan obras, trabajos creativos.) También es conocido Zeus por potenciar las cualidades de todos cuantos se cruzaban en su camino.

Y puesto que el regente planetario de Hesed, este cuarto centro de el Árbol de la Vida es precisamente Júpiter, asumiendo el símil podríamos afirmar que la persona, a su paso por este centro, debería asumir las actitudes jupiterianas necesarias para expandirse, para dirigir su vida, para ampliar sus horizontes, potenciando sus propios valores.

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Tristán Llop

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