Cuentos para volver a la infancia

Hace unos años escribí una serie de 9 cuentos con la idea de introducir al público, y en especial al infantil, en el mundo de los ángeles.

En esa época solía contarles a mis hijos cada noche un cuento. Ellos siempre querían que fuera muy largo y que fuera inventado.

Así nació Darío, un niño que quería ser contestador y que por su tozudez consigue conectar con un ángel, Yliel.

Él nos introducirá en el mundo angélico y nos descubrirá las técnicas que utilizan estos seres de luz para ayudar a los seres humanos.

Aunque estén más indicados para los más jóvenes, los mayores también podemos encontrar alguna información interesante en su lectura o, como mínimo, podemos volver a la infancia, que falta nos hace.

Estos cuentos han sido escritos con amor para Silvia y Sergi y espero que ese sentimiento pueda llegar a todo el que los lea. Que los disfrutéis.

Tristán Llop

Estoy ofreciendo un podcast gratuito sobre astrología y cábala en: www.tristanllop.com

El ángel de la guarda

Cuento 1
Darío era un niño muy espabilado. Le gustaba jugar, claro, y también leer cuentos y escribir lo que se le ocurría, pero sobre todo le encantaba preguntar.

Quería saberlo todo porque se había propuesto, cuando fuese grande, ser contestador.
Sus padres se hartaban de repetirle que esa profesión no existía, pero él les replicaba que, si era necesario, estaba dispuesto a inventarla.

Se daba cuenta que para conseguirlo tenía que aprender muchísimo, más que sus maestros, más que los presentadores de telenoticias; más que todo el mundo. Por eso siempre hacía preguntas.
Ya de muy pequeño interrogaba a cualquiera que tuviera delante, especialmente a los mayores.

Cuando tenía tres años, mientras jugaba, se quedaba boquiabierto mirando los cromos y preguntaba cómo habían hecho para pegar la imagen del futbolista en aquel papel. A los cinco ya quería saber cómo se había agujereado la luna. Ahora con nueve años cada vez se preguntaba más cosas.

Darío era bastante alto para su edad. Tenía unos ojos grandes y negros, como su madre, que se iluminaban cuando alguien le contestaba una de sus preguntas especiales. Su pelo era oscuro y rizado; y tenía una sonrisa única que se contagiaba y que le hacía caer bien a la gente.

Su inagotable curiosidad lo empujaba a buscar respuestas continuamente. Tan pronto era capaz de preguntar por qué no se caen las estrellas, como de qué está hecho un moco.

Un día, mientras jugaba en el patio, oyó a Silvia, una niña de su clase, que hablaba con otros compañeros sobre el ángel de la guarda.

-¿Qué es un ángel? -preguntó acercándose al grupo.-Es alguien que nos protege para que no nos suceda nada malo - contestó Silvia.

-Pues el miércoles el mío se despistó, porque me hice un chichón enorme -interrumpió Manuel, que era especialista en hacer travesuras.

-¿Todos tenemos un ángel de la guarda?

-Claro.-¿Y cómo es un ángel, lo has visto alguna vez?

-No, pero mi padre dice que está siempre a mi lado cuidándome.

-Pues yo si no lo veo no lo creo -dijo de nuevo Manuel.

-Muy listo. Y como no ves el aire no respiras ¿verdad? -contestó Silvia.

Darío no pudo seguir haciendo preguntas porque la hora del patio había terminado. Pero aquel día no dejó de pensar en el ángel de la guarda. Necesitaba saber más cosas sobre los ángeles. Así que cuando llegó a casa le preguntó a su madre:
-Mamá, ¿qué es el ángel de la guarda?

-La mujer, que estaba preparando la cena, le contestó:

-Mira hijo, cuando venga papá se lo preguntas.

La respuesta no le sorprendió porque su madre nunca contestaba cuando estaba atareada. Además, a ella le gustaba buscar cosas en el diccionario, como cuando no sabía lo que quería decir "entelequia". Pero estas otras preguntas raras prefería que las contestara su marido. Así que su interés fue creciendo. Cada vez tenía más ganas de que llegara su padre. Llegó la hora de cenar y papá seguía sin venir. Estaba muy nervioso.

-Mamá, ¿por qué no ha llegado papá?

-Debe de tener trabajo en el despacho, pero seguro que no tardará, empieza a cenar.

Darío acabó de cenar, o más bien de tragar, muy rápido. Luego fue a cepillarse los dientes sin que se lo tuvieran que mandar, como tantas otras veces, y se puso el pijama. Aquella disciplina tan poco frecuente no era porque sí: era importante tener a su madre contenta. Si se enfadaba le enviaría a dormir y necesitaba hablar con su padre para hacerle todas las preguntas que había preparado. Estaba seguro que no le fallaría.

Pero el hombre no llegaba.

-Mamá, ¿me dejas leer un ratito antes de acostarme?

-De acuerdo, pero sólo un poco. Te pones en la cama y a las diez apagas la luz.

-Vale.

Darío cogió un libro que le había regalado su tío, contaba la historia de una bruja que hacía encantamientos a todos los que eran feos. Pero antes de hechizarlos les planteaba una adivinanza, si acertaban se salvaban. A él le gustaban mucho ese tipo de cuentos, pero en aquel momento, a pesar de que la bruja estaba a punto de equivocarse y encantar a una bellísima princesa, por más que lo intentaba, no conseguía concentrase en el acertijo: "Una cajita blanca que una vez que se abre ya no es estanca". Lo único que realmente deseaba era que su padre llegara enseguida.
-¿Por qué no viene? -se preguntaba sin parar.

En aquel preciso instante, oyó el ruido de la puerta. Se levantó de la cama de un salto y se fue corriendo hacia allí y por el camino pensó: "el huevo, la cajita blanca es un huevo".

-Papá, papá! -gritó al acercarse.

Cuando la puerta se abrió se echó en sus brazos.

A su padre le gustaba mucho que fuera a recibirlo:

-Hola cariño, ¿has tenido un buen día? ¿Te lo has pasado bien en el cole? ¿Has aprendido algo nuevo?

-Papá, tengo que hacerte unas preguntas muy importantes.

-No querrás saber cómo se peina un calvo? ¿O cuántas pulgas tiene Milou? ¿O si Hércules come mucho Cola-Cao?

-Jo, papá! Que te estoy hablando en serio.

-Si, pero el otro día me preguntaste cómo podía quitársele la joroba al Jorobado de Notre Dame. Darío hizo cara de pocos amigos y su padre se apresuró a decirle:

-Bueno, anda, deja que me quite la chaqueta y me ponga las zapatillas. ¡Vas descalzo!, ya sabes que no queremos que camines así. Métete en la cama que enseguida voy.

-El niño obedeció a la primera y esperó ansioso.

Aquellos cinco minutos le parecieron una eternidad, pero por fin el padre estaba allí dispuesto a contestar.

-Papá, ¿qué es un ángel?

Aunque estaba acostumbrado a todo tipo de preguntas, aquella no se la esperaba.
Afortunadamente hacía tiempo que había leído un libro que hablaba de los espíritus celestiales e hizo memoria:

-Un ángel es alguien que no tiene un cuerpo como nosotros, que vive de una forma diferente y en un mundo distinto al nuestro. Pero, por lo que yo sé están muy cerquita y dedican todo su tiempo a ayudarnos.

Se le hacía difícil hablar de estos temas con su hijo, porque pensaba que hay cosas que un niño no puede entender. Pero en cambio vio en sus ojos esa luz que indicaba que le había gustado la respuesta.

-¿En qué mundo viven los ángeles, papá?

-En el mundo de los sueños. A menudo, cuando soñamos, nos los encontramos, aunque luego por la mañana, al despertarnos, no nos acordemos.

-¿Tengo un ángel de la guarda?

-Sí, claro, todo el mundo lo tiene.-¿Cómo se llama el mío?

El padre se acordó entonces de un nombre que había leído en aquel libro de ángeles y le dijo:

-Yliel, se llama Yliel.

-Yliel, ¡qué bonito! ¿Y cómo hace para cuidarme?

-Eso se lo tendrás que preguntar tú.

-Pero yo nunca he conocido a un ángel ¿Cómo puedo hablar con él?

-Muy fácil, como vive en el mundo de los sueños y allí es donde vamos cada vez que dormimos, cuando te duermas, si lo llamas, vendrá.

-¿Pero estás seguro que me oirá?

-Por supuesto. Los ángeles lo oyen todo.

-Bueno papá, pues me voy a dormir para hablar con Yliel. Tengo muchas cosas que preguntarle, porque los ángeles deben tener las respuestas, ¿verdad?

-Claro que si.- Debe ser fantástico conocer otros mundos. Buenas noches, papá.

-Buenas noches cariño, pero ten presente que es posible que mañana no recuerdes lo que ha pasado en tu sueño.

Se dieron un beso y Darío se durmió pensando que quería hablar con Yliel.

El padre se marchó de la habitación sin tener muy claro si su fórmula funcionaría, ya que a pesar de haberlo leído en aquel libro, nunca lo había probado. Y no por falta de ganas, sino porque pensaba que era más bien cosa de niños y que a él ya se le había pasado la edad de llamar a su ángel de la guarda.

A la mañana siguiente, cuando se despertó, Darío intentó recordar lo que había soñado, pero le fue imposible. A pesar de ello se levantó muy contento, tenía la impresión de habérselo pasado bien en el mundo de los sueños.

-Buenos días cariño -dijo su padre, -¿has dormido bien? ¿Te acuerdas de lo que has soñado?

Cada mañana le hacía las mismas preguntas, pero ese día le parecieron especiales, como si fuera la primera vez que las oía.

-He dormido muy bien papá, pero no me acuerdo de lo que he soñado.

-No te preocupes, estoy seguro que esta noche has estado con Yliel y verás que si sigues intentándolo, un día te acordarás de tus sueños.

Aquellas palabras fueron muy importantes para Darío y se sintió tan emocionado como el día que su maestra le escogió para hacer de príncipe en la obra de teatro de fin de curso.

Todo el día estuvo pensando en Yliel.

Al salir del colegio volvió a casa con Antonio, un amigo al que había invitado para jugar. Después de merendar, encendieron el ordenador y escogieron el "memory", un juego que exige concentración y buena memoria visual. Antonio ganó tres veces consecutivas. Estaba contentísimo, ya que nunca había conseguido superarle ni una sola vez.

-He vuelto a ganar! ¡Viva! -exclamó su compañero levantando los brazos de emoción.

Pero es que Darío no estaba atento al juego, no dejaba de pensar en Yliel y en la hora de irse a dormir para poder hablar con él. Cuando por fin llegó el momento de acostarse pidió en voz alta:-Yliel, quiero conocerte en el mundo de los sueños para que contestes a mis preguntas y me enseñes qué hacéis los ángeles.

A lo largo de toda una semana Darío estuvo repitiendo aquellas palabras antes de irse a dormir.El séptimo día sucedió algo extraño. Tras unos minutos de haber pronunciado la frase, se durmió profundamente y oyó en su sueño cómo alguien le decía:

-Hola, soy el ángel Yliel. Hace días que me estás llamando y ya estoy aquí, pregúntame lo que quieras.

Lo cierto es que el chico se quedó extrañado al encontrarse delante de un ángel. Era un personaje curioso, Tenía el pelo rubio, pero en lugar de rizado parecía que lo llevara a tiras; Estaba vestido totalmente de blanco, menos dos alitas verdes que le salían de la espalda; sus brazos eran largos y sus piernas también; y su nariz era similar a la de Pinocho, pero cuando no dice mentiras. Yliel apareció en una especie de nube azul llena de estrellas. Darío se sentía muy bien en su presencia.

-¿Eres mi ángel de la guarda?-le preguntó.

-No, tu ángel se llama Rochel.

-Entonces, ¿tú a quién guardas?

Ayudo a muchos niños que tienen problemas.

-¿Y cómo sabes que tienen problemas?

-Porque sus padres o ellos mismos me llaman, como lo has hecho tú.-Yo no tengo problemas.

-Es cierto, ¿pero quieres que conteste a tus preguntas, verdad?

-Claro. ¿Cómo solucionas las cosas, haces magia?

-No, no exactamente.

-Yo creía que los ángeles hacíais magia.

-Algo parecido, pero ahora no tengo tiempo de contártelo, se te acaba el sueño. Si quieres llámame mañana por la noche y te lo explicaré. Adiós.

Darío se quedó un poco intrigado, aunque no le dio tiempo ni de despedirse, porque sintió cómo su madre le daba besos intentando despertarlo.

-Cariño, venga, hay que levantarse para ir al colegio.

-¡Mamá, mamá, he visto a Yliel!

-¿A quién?

-Al ángel Yliel

-Muy bien hijo, muy bien. Ahora vístete rápido o llegarás tarde al colegio.

El niño estaba excitadísimo y necesitaba explicarlo enseguida. Así que se dirigió rápidamente hacia el cuarto de baño, donde su padre se estaba afeitando.

-¡Papá, papá, he visto a Yliel esta noche!

-¿Que has visto qué?

-He visto al ángel Yliel en el mundo de los sueños - contestó el chico muy nervioso.

-¡Qué bien!- respondió dándose cuenta de la importancia que esta respuesta tenía para su hijo. -¡Cuéntame! ¿Qué ha pasado?

Darío, emocionadísimo, empezó a relatarlo todo sin olvidarse de un sólo detalle. Cuando acabó su padre dijo:

-Seguro que estás deseando que llegue la noche- y el hombre, aprovechándose de la situación, añadió: -Si vuelves a hablar con Yliel, no dejes de preguntarle si puede ayudarte con los estudios.

El chico sabía muy bien por qué le decía esto, ya que, en la última entrevista, la maestra le había comentado que se retrasaba con los deberes y a menudo se distraía en clase.

Aquel día estuvo más despistado que de costumbre. Tuvieron que llamarle la atención tres veces por no escuchar las explicaciones, se equivocó en las sumas y además lo castigaron sin patio. Y es que no dejaba de pensar qué le preguntaría esa noche a Yliel. Se le ocurrían muchísimas cosas:

¿Por qué vuela Superman? ¿Cómo lo hace Papá Noël para introducirse en las chimeneas si está tan grueso? ¿Por qué unas personas mueren más jóvenes que otras? ¿Dónde vamos cuando nos morimos? ¿Por qué no podemos contactar con el mundo de los sueños cuando estamos despiertos? ¿Por qué hay niños que pasan hambre en el mundo?
Pero al mismo tiempo no estaba seguro si aquellas preguntas interesarían a un ángel.

Finalmente decidió no pensar más en ello, ya sabría qué decir cuando estuviera con Yliel.

Tristán Llop 


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¿Cómo puedo ser contestador?

Cuento 2

Así, iban pasando las horas, y Darío no pensaba en otra cosa que en volverse a encontrar con Yliel. ¡Era tan emocionante hablar con un ángel!

Esa noche se comió todo lo que había en el plato. Después de lavarse los dientes, se puso el pijama, dio las buenas noches a sus padres y se fue a dormir. -Todavía es pronto, ¿no quieres leer un poco?

-No mamá, prefiero dormirme enseguida para contactar con mi ángel.

La madre se extrañó de ver que su hijo se tomaba tan en serio el tema de los ángeles, pero no hizo ningún comentario.

Al poco rato, Darío se durmió pensando en que quería hablar con Yliel.

-Hola, Darío.

-Hola, Yliel; tenía muchas ganas de hablar contigo, hay un montón de preguntas que quiero hacerte.

Pero antes de que pudiera interrogarle el ángel se anticipó:

-Me parece que no voy a poder volver a verte.

El chico se puso muy triste y le preguntó: -¿Por qué?

-He notado que mi presencia te distrae mucho y no haces bien tus tareas. -¿Qué quieres decir?
-¿Cómo te ha ido hoy el colegio?

-Ya sé a qué te refieres, pero es que en la escuela no me enseñan cosas interesantes y es aburridísimo. Aprendo más cuando hago preguntas a los mayores o hablando contigo.

-Me parece que te equivocas, Darío. Estudiar es muy importante porque lo que aprendéis os ayuda a poder entender vuestro mundo y también el de los ángeles. Sin saber leer no podrías sacar información de los libros y ahora no comprenderías las cosas que te digo; no habrías descubierto, mediante los cuentos, qué son las hadas, los gnomos, las brujas, los ogros y otros personajes que te ayudan a comprender y te hacen más entretenida la vida. Si no hubieras ido a la escuela no sabrías en que día de la semana estamos, cuántos cromos tienes, ni que Wendi necesita los polvos mágicos de Campanita para poder volar; tampoco serías capaz de manejar un ordenador.

-Pero es que ahora, por ejemplo, me están enseñando cosas sobre los volcanes y dicen que son grietas de la corteza terrestre por donde sube un magma a la superficie, que son viejísimos y que hay algunos que se despiertan cada mil años.

¿De que me sirve saber las cosas que han pasado hace tanto tiempo? Cuando vuelvan a pasar seguro que estaré muerto.

-Mira Darío, los hechos del pasado nos sirven para comprender los del futuro. Los volcanes pueden ayudarte a comprender la formación de la Tierra en la que vives.

Darío no estaba muy de acuerdo con lo que acababa de decirle su amigo, pero pensó que ya lo vería más claro en otra ocasión.

-¿Así que crees que me servirá de algo aprender lo que son los volcanes?

-Pienso que van a serte útiles la mayoría de los conocimientos que adquieras en la escuela, pero eres muy joven para comprenderlo todavía. Ahora, lo mejor que puedes hacer es confiar en los mayores y aprender todo lo que seas capaz. Además, imagínate que un día, cuando seas contestador, alguien te pregunta lo que es un volcán.

Aquí el ángel le tocó el punto débil.

-¿Y cómo sabes que quiero ser contestador? ¿Quién te lo ha dicho?

Al chico le sorprendió que Yliel supiera qué quería ser de mayor, teniendo en cuenta que se trataba de una profesión que no existe.

-Nadie me lo ha dicho. Donde yo vivo todo se sabe, no hay secretos, lo sabemos todo de todo el mundo.

-¿Todo? ¿Sabéis si Peter Pan crecerá algún día? ¿Sabéis cuántos hijos tendrán la Bella y la Bestia? ¿Sabéis si Pocahontas se casará con John Smith o si el Jorobado de Notre Damme encontrará una chica que le quiera? ¿Sabéis si Cenicienta castigó a su madrastra y a sus hermanastras después de casarse con el príncipe?, Sabéis ...

-Sí, hasta sabemos quién ganará la liga de fútbol este año - dijo el ángel sabiendo que Darío es un gran aficionado a este deporte - pero son cosas que no te voy a contar porque se perderían la ilusión, el encanto y la sorpresa.

-¿Ganará mi equipo? ¡Va, porfa, dímelo!

-No puedo, si te lo dijera no tendría ninguna emoción la liga.

-¿Pero algún día me lo dirás?

-No lo sé, quizás, ya veremos.

Darío no pudo dejar de pensar en lo alucinados que se quedarían sus compañeros de clase si pudiera darles la respuesta a alguna de estas preguntas.

-Volviendo al tema de la escuela, debes comprender que es importante escuchar a tus profesores y realizar bien tus tareas y si la relación conmigo hace que olvides tus deberes, dejaré de venir a verte.

-No, por favor, no te vayas Yliel, intentaré portarme bien y hacer todo lo que me pides, pero quiero que vengas a verme todos los días.

-No debes hacer las cosas porque yo te lo diga, o por la ilusión de hablar conmigo, es necesario que entiendas que son importantes para ti.

Darío pensó durante un momento en las palabras que acababa de oír, pero le resultaba difícil entenderlas. A veces Yliel hablaba como los mayores.

-Bueno - dijo al final -, intentaré aprender más, ¿vale?

-Muy bien, ahora puedes preguntarme lo que quieras.

-Me gustaría saber qué puedo hacer para ser contestador y adquirir muchos conocimientos en poco tiempo. ¿Tienes alguna fórmula mágica?

El ángel sonrió y le contestó: -La mejor fórmula que conozco es la de escuchar.

-¿Cómo? eso no es magia. Yo ya escucho todo lo que me dicen y siempre hago preguntas a todo el mundo, incluso tengo familiares que me llaman el preguntón.

-En realidad no es exactamente a esto que me refiero, la mayoría de las veces no escuchas, sólo oyes.

-¿Qué quieres decir, no es lo mismo?

-No, hay mucha diferencia. Oyes todos los ruidos que se producen a tu alrededor, oyes los sonidos, las voces, la música, muchas cosas; pero escuchar sólo lo haces cuando estás realmente atento a lo que te dicen o a lo que sucede, es decir, cuando te interesa de verdad y lo que escuchas lo aprendes con más facilidad. Se trata pues de estar el máximo de tiempo posible atento a lo que sucede a tu alrededor. Piensa que tu madre, cuando te hace un encargo, te dice: "escucha bien Darío, tienes que pedir ..." O recuerda la maestra cuando te repite: "¿quieres escuchar lo que te estoy explicando?"

-Me cuesta entender lo que quieres decir.

-Todavía es un poco difícil de comprender para ti. Por ejemplo hay una forma de escuchar que consiste en fijarse cómo están los demás. ¿Recuerdas lo que sucedió el mes pasado? En tu clase habíais elegido trabajar el tema de los fósiles y la maestra os dijo que trajérais toda la información posible.

-Ya me acuerdo, mamá estaba muy enfadada aquel día.

-Eso es, tu madre estaba disgustada porque se le había quemado el estofado que llevaba cocinando toda la tarde. Cuando llegaste, lo estaba retirando del fuego. Tú le preguntaste qué hacía y ella te explicó lo que le había sucedido. Entonces, enseguida, le pediste que te ayudara a buscar la información de los fósiles. Ella se enfadó y no te buscó nada hasta el día siguiente. Ahora yo te pregunto ¿crees que era el mejor momento para pedirle ayuda?

-Pues..., ahora pienso que no, pero ese día me hacía mucha ilusión buscar el material para ser de los primeros en llevarlo al colegio.

-Claro, estabas tan lanzado que no pudiste "escuchar" lo que sucedía. -¿Quieres decir que tenía que haberme dado cuenta de que aquel no era el mejor momento para pedirle ayuda a mamá?

-Evidentemente. Seguro que si hubieras esperado un poco a que se le pasara el enfado, te habría ayudado a buscar la información aquel mismo día.

-Pero yo no tuve la culpa de que se le quemara el estofado.

-No es una cuestión de culpas, sino de estar atento, de escuchar, para poder hacer las cosas en el momento adecuado. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

-Creo que sí. Pero, Yliel -dijo Darío cambiando de tema- me dijiste ayer que me explicarías cómo haces para ayudar a los niños.

-Pues mira, cuando ayudo a alguien no suelo utilizar mis poderes de forma directa para solucionar el problema, para no interferir en la vida de las personas. Sólo en casos extremos utilizo algún truco. Para que lo entiendas mejor, te explicaré algunos casos que he solucionado. Pero me parece que ya te he dado suficiente información por hoy. Si todo va bien, volveremos a vernos mañana y te contaré cómo ayudé a un niño que quería volar.

-¿Le ayudaste a volar?

-Mañana lo sabrás. Adiós.

-Adiós.

Darío no tuvo apenas tiempo de despedirse, su madre ya estaba a los pies de su cama tratando de despertarlo:

-Vamos, dormilón, que hay que ir al colegio.

El chico estaba muy contento y tenía ganas de explicar su experiencia. Todavía resonaban las palabras dentro de su cabeza: " No es suficiente con oír, sino que también hay que escuchar".
-Mamá, he vuelto a ver a Yliel

-Buenos días, cariño, así que has vuelto a hablar con tu ángel, y ¿qué te ha dicho esta vez?

-Sí mamá, pero no es mi ángel, dice que el mío se llama Rochel. Me ha estado diciendo que se aprende mucho en la escuela y me ha hablado de la importancia de saber escuchar, que no te vayas a creer que es lo mismo que oír. Además me ha explicado que en su mundo todo se sabe, pero todo, todo. Fíjate que hasta sabía que quiero ser contestador.

-Muy bien hijo.

Su padre que había oído la conversación y era muy bromista aprovechó para decirle: -Oye, ya que lo sabe todo, pregúntale por qué se estropea tanto el ascensor en esta escalera - dijo sonriendo -, que ayer tuve que volver a subir andando.

El hombre estaba contento porque veía a su hijo ilusionado, pero la madre le comentó cuando Darío ya se había ido al colegio:

-¿Crees que es bueno que el niño crea tanto en estas cosas?

-No me parece malo que sueñe con un ángel y menos aún si le dice que tiene que estudiar, no te preocupes.

Ese día fue al colegio, pero las cosas fueron muy distintas del día anterior. Darío se esforzó por portarse bien; hizo el trabajo que le tocaba; no hubo distracciones, ni riñas, ni castigos, y aunque le costase todavía creérselo, pensó muy seriamente que lo que estaba estudiando le serviría algún día.

Además intentó "escuchar" lo que sucedía a su alrededor, lo cual le permitió darse cuenta de que Andrés, un amigo de clase, estaba triste porque su padre había vuelto a marcharse de viaje.

-Andrés, ¿jugamos al "pilla-pilla"?

-No tengo ganas, estoy enfadado con mi padre. Esta vez se ha ido a Dijon.

-¿Y eso dónde está?

-Lejos, en Francia. Me parece que es donde hacen la mostaza.

-Pero tu padre cada vez que vuelve de viaje te trae un regalo.

-No quiero ningún regalo, prefiero estar con él.

-Va, juguemos.

Darío se puso a jugar con él y lo animó.

El niño empezaba a intuir que la relación con Yliel iba a transformar su vida.

Tristán Llop 


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El niño que quería volar

Cuento 3

Darío pasó el día intentando "escuchar" lo que sucedía a su alrededor y se dio cuenta de que no era nada fácil. Pero también empezó a intuir la diferencia que había entre "oír y escuchar".

Vio que hasta ahora, en su vida, se le escaparon muchos detalles por no haber estado suficientemente atento. Recordó que fue su amiga Silvia la que le introdujo en el mundo de los ángeles y que ella a menudo hablaba de estos temas, pero que hasta ahora él no le había dado importancia y se dijo:

-¿Cómo voy a poder ser contestador si no presto atención a lo que sucede a mi alrededor? Tengo que estar más atento.

Se dio cuenta entonces de que algunos de los niños que hacían travesuras en clase, las realizaban no porque fueran malos, sino para atraer la atención de la maestra y curiosamente la mayoría de ellos tenían algún tipo de problema.

A Julia, por ejemplo, se le habían separado los padres; a Carmen le daban jarabe de palo; y Martín siempre iba vestido de forma muy estrafalaria.Esa tarde, en el patio de la escuela, Darío se acercó a Silvia para explicarle sus experiencias con Yliel. Ya lo había intentado con su mejor amigo pero éste se echó a reír diciéndole que eran tonterías imposibles de creer. Quizá con Silvia iba a ser diferente, ya que ella sí creía en los ángeles.

-Silvia, ¿sabes lo que me ha pasado?, he conocido a un ángel llamado Yliel y me ha explicado que...

-Darío le relató su experiencia y Silvia le contestó:

-¡Qué bien! Yo, el otro día, mientras estaba durmiendo le pedí a Mebahiah, mi ángel, que me llevara a mi fiesta de cumpleaños y nos lo pasamos de fábula, ¿te acuerdas? Tú también estabas.

-La verdad es que no recuerdo, pero oye, ¿tú cómo has sabido que Mebahiah era el tuyo?

-Porque mis padres tienen un libro en el que está escrito el nombre del ángel que corresponde a cada persona.

-Pues ha de ser un libro grandísimo, con un millón de páginas por lo menos.

-No. El ángel de cada uno se busca a partir de la fecha de nacimiento. Hay muchas personas que tienen el mismo. Por ejemplo, si tú y yo hubiéramos nacido el mismo día, tu ángel sería también Mebahiah.Silvia hablaba como si aquello fuera lo más normal del mundo, pero la verdad es que costaba un poco entender eso de la fecha de nacimiento.

Estuvieron hablando durante todo el tiempo que duró el patio y Darío se quedó extrañado y sorprendido con todas las cosas que sabía sobre los ángeles su nueva amiga. Para él fue importante descubrir a alguien con quien compartir sus secretos.

Esa tarde, en el camino de vuelta a su casa, Darío estuvo pensando en su madre; ella siempre se interesaba por saber cómo estaba, si todo iba bien en la escuela, si tenía algún problema; en cambio él no le preguntaba nunca nada, por eso cuando llegó le dijo:

-Hola mamá, ¿cómo estás? ¿Has tenido un buen día? ¿Te ha salido todo como tú esperabas?

La mujer se quedó algo extrañada por la actitud de su hijo y le contestó:

-Muy bien ¿y a ti? ¿Cómo te ha ido el control?

-Bastante bien, lo sabía casi todo. ¿Puedo ayudarte en alguna cosa?

- Pues ahora que lo dices, si arreglaras el armario de tus juguetes...

-¡Ostras!- exclamó sin que le oyera su madre.

Se había quedado un poco decepcionado pues no se refería a ese tipo de ayuda, él más bien pensó en contestarle alguna pregunta, en darle algún consejo o incluso en abrazarla si era necesario, pero arreglar el armario, esa no era una tarea muy agradable y ni siquiera le pareció que sirviera para ayudar a nadie.

-Pensándolo bien, siempre le toca a mamá ordenarlo- dijo en voz baja.

-¿Qué dices hijo?

-Que sí mamá, que ahora mismo lo hago.

Darío tardó una hora y media en poner sus juguetes más o menos en orden. En realidad lo que hizo fue colocarlos todos en cajas y apilarlas por tamaños, de más grande a más pequeña. Cuando acabó ya era la hora de ducharse. Después de cenar se fue a la cama. Antes de que se durmiera su madre le puso el termómetro, ya que estaba un poco preocupada por el cambio repentino de su hijo y pensó que quizás estaba enfermo.

No pasa muy a menudo que un niño llegue a casa, se preocupe por el estado de ánimo de su madre y luego se presente voluntario para pasarse la tarde arreglando el armario.Mientras le ponía el termómetro Darío pensó: "Son muy extraños los mayores. Se pasan la vida protestando porque sus hijos no les ayudan y cuando uno por fin lo hace, creen que está enfermo. No hay quien los comprenda".

Después de que su madre comprobara su temperatura, se durmió pensando que quería hablar con Yliel.

-Hola, Darío.

-Hola. Hoy he tenido una jornada muy interesante, he estado hablando con Silvia ...Pero antes de que siguiera el ángel le dijo:

-Ya lo sé, recuerda que en el mundo de los sueños todo se sabe y me ha parecido muy bien que ordenaras tu armario, que falta le hacía. Tu madre está muy contenta y se lo contará a tu padre en cuanto llegue.

-No creas que ha sido fácil, me ha costado bastante.

-Seguro que después de este esfuerzo tratarás de mantenerlos más ordenados.

-Hombre, ¡pues claro!, y cuando vengan mis amigos les invitaré a jugar en la calle para que no lo desordenen.

-Tampoco hay que exagerar, ¿no crees?.

-Está bien. ¿Me explicas la historia del niño que quería volar?

-De acuerdo. Cierto día el Arcángel Gabriel me llamó ...

-Un momento, ¿y ése quién es?

-Podríamos decir que es mi jefe, quien me encarga los trabajos. Pues me llamó para encargarme una nueva misión: en la tierra unos padres estaban pidiendo ayuda con mucha insistencia. El problema era su hijo de cuatro años, que había visto en una serie de televisión un hombre que volaba y estaba empeñado en querer imitarle. El asunto empezaba a ser peligroso y por ello era preciso actuar con celeridad. El niño se llamaba Víctor y cuando llegué a su casa lo encontré subido en una silla dispuesto a tirarse por la ventana para volar.

-Y lo bajaste de la silla, ¿no?

-interrumpió Darío.

-No, los ángeles no debemos interferir de forma directa en la vida de los humanos.

-¿Entonces cómo le ayudaste? Ya sé, hiciste una barrera electromagnética de energía para que no pudiera caerse.

-¡Me parece que has visto mucha televisión! ¿no? Ahora ten paciencia y escucha. La madre de Víctor estaba en la cocina preparando la cena y tenía la sartén en el fuego, entonces le pedí ayuda a mis amigas las Salamandras.

-¿Te refieres a esos animales que son como lagartijas?

-No. En vuestro mundo tenéis cuatro elementos mágicos sin los cuales no es posible la vida: el fuego, el agua, el aire y la tierra. Cada uno de ellos está formado por unas criaturas invisibles. Las del fuego se llaman Salamandras; las del agua se llaman Ondinas; las del aire se llaman Sílfides y las criaturas de la tierra se llaman Gnomos.

-Ah, yo conozco a David el Gnomo, lo he visto en unos dibujos animados.
-Si, lo sé, os enseñaba lo importante que es cuidar el bosque y respetar la naturaleza. Como te estaba diciendo, le pedí a las Salamandras su ayuda. Aquel día les dije:

-Necesito que le hagáis a esta mujer una pequeña quemadura para poder salvar la vida de su hijo.

-Estamos encantadas de ayudarte, no te preocupes que no te fallaremos - me respondieron.

-Dicho esto le saltó a la madre una pequeña chispa sobre la mano por lo que tuvo que ir en busca de una crema para quemaduras al lavabo, pasando forzosamente por el comedor. Y fue entonces cuando vio a su hijo subido en una silla a punto de saltar por la ventana. Llegó justo a tiempo de agarrar a Víctor por el jersey, pero el susto que se llevó fue de muerte.

-Esa noche, estuve hablando con el niño mientras dormía para intentar explicarle que nadie puede volar, que esto sólo puede hacerse en mi mundo, y que en la serie que había visto en la televisión no era real que aquel señor volara, sino que se trataba de un truco. Pero era demasiado pequeño para entenderlo y por muchas razones que le diera él se negaba a hacerme caso.

-Pero tú eres un ángel, ¿no podías obligarle a obedecerte?

-Claro que no. Donde yo vivo no se puede obligar a nada.

-¡Que sitio más guay!, pero entonces seguro que nadie se lava los dientes, ni tiene que cortarse el pelo, ni que comer lentejas y cualquiera puede hurgarse en la nariz o chuparse el dedo, porque si no hay obligaciones..., seguro que nadie hace los deberes.

-Mi mundo es diferente al tuyo y en él cada uno sabe lo que tiene que hacer y las cosas se hacen sin necesidad de que nadie las mande. Todo se desarrolla en armonía y no hay nunca peleas.

Pero volvamos a nuestra historia, el caso es que Víctor no se dejaba convencer de que es imposible volar. Entonces se me ocurrió una estrategia. La noche siguiente entré en los sueños de su padre. Durante el día este hombre vio unos carteles que anunciaban la llegada a su ciudad del Circo Mundial y decidí proponerle que llevara a su familia a ver el espectáculo. Como estaba muy agobiado con el problema de su hijo, se dejó convencer con facilidad.

El día siguiente era sábado y fueron al circo. El niño estaba muy contento, por ser la primera vez que visitaba una carpa. Los payasos salieron los primeros, había uno que no dejaba de llorar porque el otro le daba bofetadas sin parar y golpes con el zapato, con el sombrero ... y así lo iba persiguiendo por toda la pista. Después salieron los leones. Víctor se llevó un gran susto al ver cómo al domador introducir su cabeza dentro de la enorme boca de uno de ellos. Las monas en bicicleta eran muy graciosas y unos osos enormes demostraron su fuerza. Tras el descanso vinieron los trapecistas y entonces Víctor le dijo a su padre:

-Papá, pueden volar.

El padre lo miró con aire triste, ya no sabía qué contestarle. El niño observaba como se soltaban de un trapecio a otro.

Pero en el momento en que uno de ellos estaba haciendo un triple salto mortal, le pedí a mis amigas las Sílfides, esas criaturas invisibles del Aire, que me ayudaran. Hicieron que soplara un poco de viento y así el trapecista no llegó a coger su trapecio y se cayó. Se oyó un gran grito en el circo.

-Cuando Víctor lo vio se puso a llorar y dijo:

-Papá, no vuela, no vuela.

-No hijo mío y si no hubiera estado la red debajo, se habría hecho mucho daño.

-Pero, ¿entonces yo tampoco podré volar?

-No hijo, nadie puede volar.

-Una lágrima se deslizó por la mejilla de su madre, pero era de felicidad. Y así fue cómo Víctor se dio cuenta de que en el mundo físico nunca podrá volar, con lo cual se había terminado mi misión.

-Pero el pobre trapecista tuvo que caerse para que Víctor se diera cuenta de que no puede volar.

-La noche anterior fui a visitarlo, en sueños, y le pregunté si estaba dispuesto a ayudar a Víctor y me dijo que encantado. Ya te he comentado antes que no obligo a nadie, todo se hace voluntariamente. Pero como trabajamos en el mundo de los sueños, la mayoría de la gente, al despertar, no se acuerda de lo que hizo cuando dormía.

-Y el trapecista, ¿se acordó?

-No. Y hablando de recordar, no olvides decirle a tu padre que el ascensor se estropea muy a menudo porque hay una piel de mandarina enganchada en el raíl de la puerta del sexto piso y a veces hace que ésta no se cierre bien.

Darío iba a preguntarle que cómo sabía lo del ascensor pero se acordó que en el mundo de los sueños todo se sabe.

-A tu madre puedes decirle que no se preocupe por el examen, que va a sacar un notable.

-No te entiendo -contestó el niño.

-Tú díselo, ella sí lo entenderá. Ahora debo dejarte, mañana, si todo va bien, nos volveremos a hablar. Adiós.

-Adiós.Apenas tuvo tiempo de despedirse, cuando su madre ya estaba a los pies de su cama tratando de despertarlo.

-Buenos días cariño, hay que levantarse.

-Mamá, me ha dicho Yliel que no te preocupes por tu examen.

-¿Qué dices hijo?

-Que lo vas a aprobar, no, que tendrás un notable.

La madre se quedó un poco confusa ya que ese día tenía un examen de inglés, pero no recordaba habérselo comentado a su hijo.

-Papá, papá, Yliel me ha dicho que es por culpa de una piel de mandarina que el ascensor se estropea.El padre estaba vistiéndose y no acabó de entender lo que su hijo le contaba.

-¿Qué dices del ascensor?

-Que hay una piel de mandarina enganchada en el raíl de la puerta del sexto piso y por eso se estropea.

El padre acabó de vestirse rápidamente porque estaba ansioso por subir al sexto piso a comprobar lo que le había dicho su hijo. ¿Y si era verdad que un ángel le dio la información? ¿Era posible? Empezaba a dudar y necesitaba respuestas. Aún con las zapatillas, cogió la llave maestra que guardaba en un cajón del comedor y subió andando por la escalera. Su hijo andaba detrás de él en pijama, sin escuchar las recomendaciones de su madre que intentaba que fuera a vestirse.

Cuando llegó al sexto introdujo la llave en la puerta del ascensor y la abrió. Padre e hijo miraron hacia el suelo, había alguna cosa colocada en la punta del raíl que no permitía que la puerta hiciera contacto correctamente. El padre se agachó a recogerla y al acercarse vio claramente que se trataba de una piel de mandarina, tal como dijo su hijo. A continuación volvió a cerrar la puerta del ascensor para comprobar si funcionaba y así fue. Los dos entraron en el ascensor y bajaron hasta su piso sin decirse una palabra.

Darío fue entonces a lavarse y a vestirse pensando que a los mayores les costaba mucho creer en las cosas que les contaban sus hijos, aunque las vieran con sus propios ojos.Cuando Darío se marchó al colegio sus padres estuvieron un buen rato hablando:

-He ido a comprobar lo del ascensor y era verdad, una piel de mandarina impedía que la puerta hiciera contacto en el sexto.

-Pues a mi me ha dicho que sacaré un notable en mi examen, pero lo curioso es que no recuerdo haberle comentado nada de él.

-¿Será verdad que habla con un ángel?

-Pero hombre, ¿como quieres que hable con un ángel? eso sólo sucede en las películas. Seguro que todo ha sido fruto de su extraordinaria imaginación. Con tantas preguntas como hace, tiene respuestas para todo.
-Pues con su imaginación acaba de arreglar el ascensor.

Los padres estaban hechos un lío. Dudaban si creer o no a su hijo. Pero, mientras tanto, Darío era feliz por encontrar un nuevo amigo de aventuras, alguien con quien poder visitar nuevos mundos y sobre todo alguien que le ayude a aprender muchas cosas, que en definitiva era su objetivo principal, ya que Darío quería ser contestador.

Tristán Llop


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