¿Qué es un esquema o patrón de comportamiento?

Puede definirse un esquema de comportamiento como un modelo, un molde que prefigura la forma (la cristalización) de un acto, de una actitud, que inclina a tomar cierta posición.

Expresado de otra manera, vendría a ser el modo –regular- con el que nos enfrentamos a las situaciones y la forma que damos a la acción que plasma nuestros deseos e intenciones, prefigurando nuestra personalidad.

Un esquema o patrón de comportamiento puede ser (una vez heredado), en términos generales, el resultado de acontecimientos o vivencias acaecidas con anterioridad (grabadas en nuestro código psicológico, alguna de ellas) –en la infancia o la adolescencia su mayoría - y que se repiten en nuestra vida de forma recurrente hasta que las asumimos, las comprendemos, las superamos o las eliminamos.

A su vez, el patrón también será (cuando haya sido adoptado) el responsable de algunas de nuestras actuaciones futuras. Un esquema nos transmite información que, de forma repetitiva, incide en el desarrollo de nuestra personalidad. Una gran parte de los esquemas de comportamiento se heredan de los padres.

Esta afirmación parece razonable si tenemos en cuenta que los progenitores son los tutores de los valores de sus hijos y los que pueden ejercer mayor influencia durante los primeros años de su existencia, los más importantes en cuanto a formación de la personalidad. En algunos casos se hereda un patrón de otra persona ajena al núcleo familiar, pero en general se trata de alguien muy allegado, que puede estar ejerciendo un papel de padre o madre.

Este era, años atrás, el caso de los padrinos, que debían sustituir a los padres cuando estos se ausentaban o les ocurría una desgracia. Podría decirse que Esther tuvo una infancia normal, si prescindimos del hecho de que tenía un padre (con la autoestima muy baja) que la menospreciaba y le repetía que nunca llegaría a nada en la vida, que siempre estaría en el pelotón de los torpes. Con esfuerzo y tesón Esther consiguió sacarse la carrera de pedagogía y se inició en el mundo laboral.

Los desdeños de su progenitor forjaron en ella una fuerte voluntad de superación que la llevaron a encontrar puestos de trabajo con mucha facilidad. Pero estaba marcada por un complejo de inferioridad que la ha llevado a sentir la necesidad de superarse constantemente y a cambiar de trabajo para poder llegar a más. Por bien considerada que estuviera en su profesión (y lo está) nunca tenía suficiente. Se casó con un ingeniero de reputación, al que idolatra por sus capacidades intelectuales y por la posición laboral que ha conseguido, pero que le hace sentirse de nuevo inferior.

El menosprecio de su padre ha sido asimilado como un esquema de comportamiento de baja autoestima, que la lleva a sentirse insegura y que genera en ella insatisfacción. Además, este patrón está empezando a incidir en la educación de su hija (que ya da muestras de inseguridad) y a la que ha cambiado tres veces de colegio en tres años. El esquema de baja autoestima está en la base de la mayoría de los problemas de personalidad y toma miles de formas distintas.

El padre de Esther fue machacado en su amor propio por sus padres porque decidió casarse con una mujer de clase social distinta a la que aspiraban sus progenitores y consiguieron que se sintiera inferior. Él, a su vez machacó a su hija por tomar una orientación profesional distinta a la que él había soñado. Los patrones vienen a ser como algunos virus, mutan al entrar en un nuevo cuerpo, pero siguen transmitiendo la misma enfermedad.

Todos los seres humanos están ligados a algún esquema de comportamiento que proviene de los padres, aunque sea en el ámbito del inconsciente – incluso en los casos de muerte o abandono de alguno de los progenitores. Los patrones suelen limitar cuando se ejecutan de forma inconsciente, ya que desconocemos la razón que nos lleva a actuar de un modo u otro, a ofrecer la misma respuesta que nuestros padres, aunque sea ante un contexto distinto. Sería por ejemplo el caso de aquella persona que, movida por esquema que haya derivado en un complejo de inferioridad, se ata al “autoritarismo”, lo cual le llevará a querer imponerse a los demás en determinadas facetas de su vida, en especial cuando se sienta cuestionada.

Es habitual encontrar este patrón en hijos de militares, de policías o de personas que hayan sido educadas con un marcado acento marcial.Seguirá un proceso similar el que movido por un patrón de baja autoestima, se cuelga de la actitud del “pobre de mí.” Se trata de alguien que intenta atraer la atención de los demás, sus cuidados, a través de quejas continuas. A menudo la persona consigue ponerse enferma para defender mejor su argumentación, penetrando en el terreno de las llamadas afecciones psicosomáticas. Afecciones psicosomáticas son aquellos tipos de patologías, alteraciones del comportamiento, cuyo origen es psíquico pero su sintomatología o manifestación es física. Sería el caso del dolor de barriga o la fiebre de un niño que se niega a ir al colegio porque se ha peleado con un compañero.

Cualquier esquema de los mencionados crea bucles que encierran al implicado, limitando de forma alarmante su creatividad y su capacidad de aprendizaje y de avance, dado que ante situaciones distintas tiende a responder siempre de la misma manera. La toma de conciencia de los esquemas de comportamiento heredados da la posibilidad de facilitar respuestas distintas a las numerosas vivencias que le ofrece su actividad diaria.Es preciso comprender que cada ser humano está formado por innumerables tendencias.

Todos somos buenos y malos, orgullosos y humildes, generosos y egoístas. Pero cada cual desarrolla más un aspecto de su personalidad, en función de sus necesidades evolutivas y de los patrones heredados.Los esquemas de comportamiento suelen ser limitadores y quizá sea ésta la propiedad que la gente busca – de forma inconsciente – en ellos, ya que la limitación o la repetición de un acto que se domina confiere seguridad.

Cuanto más limitada es una actitud, más fácil es controlarla (en apariencia). Pero su sentido limitador retrasa nuestra evolución, puesto que nos impone respuestas repetitivas que, por serlo, han perdido su contenido experimental. Siempre que nos comportamos siguiendo pautas inconscientes y que por ello se consideran ajenas a nuestra personalidad, perdemos la oportunidad de desarrollar nuestra propia estrategia.

Un esquema de comportamiento es como el molde que se utiliza para fabricar un anillo en serie, su hechura es siempre la misma y aunque utilicemos un material distinto para rellenarlo (anécdotas diferentes) seguimos ofreciendo respuestas estándar. Romper el molde –el patrón- equivale a buscar el modelo de anillo exclusivo, a desconectar el piloto automático, a dirigir la propia vida.


Tristán Llop
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La herencia, ¿la aceptamos?

¿Por qué en ocasiones resultan poco fluidas las relaciones con los padres? ¿tengo que huir de casa para desprenderme de los patrones? ¿Cuál es mi herencia?

Esquemas de comportamiento, la transmisión de una herencia inconsciente

En la película “condenado”, Robert De Niro trata de huir de la sensación de abandono que él dice que sufrió cuando su padre fue ajusticiado en la silla eléctrica por un asesinato. Uno de los policías que llevaba el caso decide adoptarlo y tras su mayoría de edad lo apadrina para que entre en la policía. Años más tarde, una aventura de su mujer le lleva a propinarle una paliza y a que ésta solicite el divorcio. Su ex consigue dificultar mucho el régimen de visitas a su hijo, hasta que él abandona los intentos. Al cabo del tiempo, su hijo se ha hundido en la droga (en parte debido al sentimiento de abandono) y en una trifulca mata a un camello. Su padre es el encargado de investigar el crimen.

En medio de la investigación, su nuera le trae a su nieto (él desconocía su existencia) y se marcha a comprar tabaco, abandonándolo en su casa. El policía duda si quedarse con la custodia del pequeño o entregarlo a una institución. Parece que el abandono se ha repetido en tres generaciones (padre, hijo y nieto).

Al final de la película, Robert De Niro salva a su hijo del suicidio prometiéndole que nunca volverá a abandonarlo, que lo visitará en la cárcel y le ayudará a rehacer su vida cuando salga. En la última escena se ve al abuelo paseando por la playa con su nieto.

El ejemplo anterior nos muestra lo que podría ser un esquema de comportamiento, el del abandono, que se ha transmitido a tres generaciones, hasta haber sido reconocido y comprendido (por el abuelo, que finalmente acepta la responsabilidad de educar a su nieto).

¿Cómo me relaciono con los demás? Siguiendo unas pautas de comportamiento que vienen marcadas por las diferentes fases de aprendizaje por las que he pasado. Algunas se adquieren de forma consciente: me castigaban cada vez que llegaba tarde, aprendí a ser puntual o llego tarde por narices”. Otras se inscriben en la personalidad de forma inconsciente “tengo un padre celoso y, sin darme cuenta, desarrollo algún tipo de celos hacia los amigos, el trabajo, los hijos; me he sentido abandonado y sin percatarme estoy abandonando a alguna de las personas a las que quiero”.

Hemos entrado de pleno en el siglo XXI y éste ha de ser un periodo de grandes descubrimientos, la vida tiene que ser decodificada. Se nos presenta el reto de revelar uno de los grandes enigmas de la personalidad del ser humano: los esquemas de comportamiento, también llamados patrones.

Para conseguirlo, resulta imprescindible analizar la relación con nuestros padres como transmisores de una herencia, en la mayoría de los casos inconsciente, que marca con tinta indeleble el carácter y la personalidad de los hijos. Si bien es cierto, que existen varios niveles de relaciones sociales (escuela, amigos, televisión, ambiente, etc.) que determinan algunos comportamientos y que se adhieren a la personalidad como las capas de una cebolla, los padres representan el núcleo, que ejercerá una gran influencia sobre el desarrollo posterior.

Así, conocer nuestra herencia psicológica, es decir, los esquemas de comportamiento que hemos recibido en herencia, nos ayudará enormemente en el proceso de autoconocimiento y generará en nosotros un sentimiento de libertad.

En ocasiones, al tomar conciencia de los patrones heredados, nos sentiremos agradecidos con nuestros progenitores. Otras, en cambio, despotricaremos de lo que parece una desagradable jugarreta del destino. La falta de información acerca de la razón por la cual adquirimos ciertos esquemas es, a menudo, causante de que las relaciones con los padres resulten poco fluidas y cargadas de reproches. A veces, el peso de ese patrimonio es tal que la persona se ve obligada a huir de su casa, literalmente, a marcar una distancia física con sus progenitores para poder desarrollar su programa de vida.

Este caso se da con más frecuencia en las familias con padres triunfadores, ya que los hijos se sienten presionados y casi obligados (de forma inconsciente) a emular a sus progenitores. Generalmente, los puntos en común entre diferentes generaciones quedarán reflejados en una serie de actitudes que se repetirán de forma sutil. El padre es un maniático, el hijo y el nieto también lo son, aunque cada uno puede desarrollar distintas manías.

La familia, como centro de nuestro universo, es un lugar de origen, desarrollo y transmisión de una serie de esquemas de comportamiento. En el seno de la misma tendrán lugar innumerables intercambios, que marcarán la vida de las personas que componen esa célula. La mayoría tenemos una familia de origen que ha estructurado nuestra vida desde sus inicios, transmitido normas, reglas de conducta, ejemplos de comportamiento, que han generado recuerdos, vivencias, imágenes que se borraron al instante de ser interiorizadas – por lo menos en el consciente – o conceptos y sensaciones que se grabaron a sangre y fuego. Algunas positivas, como el cumpleaños en el que recibimos el mejor regalo del mundo; otras tristes, como el día que se separaron mis padres. Ciertos recuerdos (programas) se grabaron con tanta fuerza que han perdurado en el tiempo hasta formar parte de nuestros esquemas de comportamiento.

Comprender cómo funciona la psique de un ser humano y los entresijos de su personalidad puede resultar algo complejo, pero también lo es unir un rompecabezas de dos mil unidades, sobre todo al principio, y a medida que se va formando el dibujo, vemos más cerca su final y nos resulta más sencillo. La comprensión de los esquemas de comportamiento a los que se asocian algunas de nuestras actitudes, debe ayudarnos a configurar un proyecto, a entendernos mejor, a favorecer el encaje de las piezas.

Y si el mapa completo representa unir todos los cabos sueltos de nuestra personalidad, la comprensión de cada elemento que forme esa carta de navegación ayudará a que nos entendamos mejor y resulte así más armónica nuestra vida, la relación con los padres, hijos, hermanos, pareja, amigos... y con nosotros mismos.


Tristán Llop
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