Peregrinos

El pasado 8 de agosto llegó a las pantallas españolas una película francesa que en nuestro país se ha titulado “Peregrinos”, aunque en Francia –donde se estrenó en el 2005- se la llamó “Saint-Jacques… La Mecque”. Es decir: “Santiago… La Meca”.

El argumento de la película podría resumirse diciendo que una madre, cuyos tres hijos están enemistados y no se hablan, establece en su testamento al morir, que éstos deben realizar juntos y a pie el Camino de Santiago, desde la localidad francesa de Le Puy, si quieren cobrar la suculenta herencia que les ha dejado... En caso contrario, esta herencia irá a parar a una institución benéfica.
Con todo el dolor de su corazón, los tres hermanos, una mujer y dos hombres, inician la peregrinación a Santiago, junto con otras seis personas, para poder cobrar la herencia. Lo que seguramente no entraba en sus planes, es la transformación que experimentan durante los dos meses que dura la experiencia.

Viendo la película, que se desarrolla en clave de comedia, tuve la certeza de que tanto la directora como el guionista habían hecho el Camino de Santiago. Así se comprende cómo logran que el espectador-peregrino se identifique totalmente con algunas de las escenas que ven en la pantalla, provocándole la sonrisa, cuando no abiertamente la carcajada.

No desvelaré más aspectos de la película para no fastidiarle a nadie el argumento, si es que tiene pensado verla. Lo que me interesa resaltar en este comentario es que la historia muestra, de forma desenfadada, el aspecto más importante del Camino de Santiago: la transformación.
Ya lo he dicho otras muchas veces: la Ruta de las Estrellas es un camino de transformación interior, y si esa transformación no se produce, no estamos recorriendo el auténtico Camino.
Puede que hayamos hecho muchos amigos, que lo hayamos pasado fenomenal, que hayamos visto espléndidos paisajes, que hayamos realizado turismo barato o una extraordinaria ruta cultural y gastronómica. ¡Y eso está muy bien! Pero si no se ha producido una transformación interior, de poco nos habrá servido.

Los alquimistas de la Edad Media llamaban al proceso de transmutación de los metales viles en el oro filosofal “Camino de Santiago”. Ellos no recorrían físicamente la ruta, pero le aplicaban su nombre a ese camino de transformación interna, que era lo que realmente significaba la alquimia.
En un libro que he leído últimamente de Leonardo Boff, titulado “Espiritualidad”, reseña una conversación que tuvo con el Dalai Lama. El impulsor de la Teología de la Liberación le pregunta al líder espiritual tibetano: “Santidad, ¿cuál es la mejor religión?”
Y el Dalai Lama, sonriendo, le contestó: “La mejor religión es la que te hace mejor” .

Emulando a Boff, yo preguntaría: ¿Cuál es el mejor Camino?
Y como respuesta aplicaría la del Dalai Lama.
El mejor Camino es el que te hace mejor. El que te transforma interiormente.

Desde la primavera de 2000, cuando caminé por primera vez por la Ruta Jacobea, he vuelto todos los años al Camino de Santiago para revivir y continuar con ese proceso de transformación interior. Ya no lo haré más. Tras la reciente experiencia por la Ruta de las Estrellas, el Camino me ha dado su última lección: que no hace falta que recorra ningún sendero externo, porque el Camino discurre ahora por mi interior. Allí donde yo esté, allí se encuentra mi Camino.
Sirva pues este comentario de despedida, pues creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir sobre mis vivencias en la Ruta de las Estrellas.

Muchas gracias a todos los que os habéis acercado al Camino de Santiago a través de mis palabras y… ¡Buen Camino, peregrinos!

Rosa Villada (Talismanes y Amuletos para una nueva Era)
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