Imaginemos que todo es energía y que cuando pongo una iniciativa en marcha, sea en el ámbito mental (una idea), emotivo (una emoción) o físico, esa energía es como una criatura que viene al mundo. Lo ideal sería que llevemos esta energía hasta sus últimas consecuencias. Pero a menudo dejamos esas criaturas a la “buena de Dios” y no llevamos este impulso hasta el final. (sigue...)
A veces esto sucede porque no somos conscientes de haber lanzado el impulso a la vida, otras porque estamos ocupados con otros temas y no le queremos dar continuidad.
La “suerte” que tenemos es que el universo recoge todos los impulsos que lanzamos y los alimenta para que puedan llegar hasta el final. De esta manera en nuestra vida están cohabitando infinidad de impulsos-proyectos y en ciertos momentos esto nos genera estrés e incluso colapso.
Los impulsos físicos son más fáciles de controlar porque te das cuenta si has dejado tu habitación sin arreglar, si has empezado un curso y lo has dejado en la mitad, si has iniciado una dieta que nunca terminaste. En cambio los emotivos y los mentales cuesta más controlarlos. Pensamos mal de una persona, criticamos al jefe o a esa amiga que viste de forma llamativa y luego nos olvidamos, como si esa energía fuera a desaparecer.
Pero ya hemos dicho que el universo es muy “amable” y nos ayuda a que esa crítica llegue a su receptora y quizá lo haga en un momento en el que somos amigas. En este caso, negaremos hasta la extenuación haber dicho nada malo de ella, de hecho lo más probable es que no seamos conscientes de ello.
Si comprendemos este proceso, lo que debemos hacer es tratar de ser lo máximo de conscientes sobre los impulsos que lanzamos al universo. Así, además de evitar consecuencias desagradables, estaremos evitando la congestión en nuestras autopistas internas.
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Tristán Llop
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