Echar los intrusos internos

Os presento aquí un texto que he extraído del libro de la Interpretación esotérica de los Evangelios de Kabaleb y que nos habla de los trabajos que deben llevarse a cabo para desalojar a nuestros huéspedes internos, a los molestos, a los que nos impiden elevarnos. Precisamente ahora es el momento de hacerlo porque entra el Sol el Piscis (el 18/2 a las 12.46, hora solar)…

1.- Juan nos refiere en su crónica (11, 13 17) cómo Jesús, habiendo fabricado él mismo un látigo con cuerdas, arrojó del templo a los mercaderes. Se trata de un hecho simbólico, ya que en la naturaleza crística, que es todo amor, no cabe el que de pronto se convierta en Superman y la emprenda a latigazos con sus semejantes.

Dice la crónica que cuando esto sucedió, la Pascua estaba próxima y que por ello Jesús subió a la ciudad santa de Jerusalem. La Pascua significaba para los judíos la conmemoración de la salida de Egipto. Cuando el pueblo de Egipto, guiado por Moisés escapó al yugo del Faraón después de que el cordero divino hubiese derramado su sangre sobre la puerta de los habitantes de Israel para salvarlos del ángel de la muerte.

En la Pascua cristiana, es el propio Cristo el que derrama su sangre para salvar el nuevo pueblo elegido formado por aquellos a quienes el Padre, a través de Cristo, ha llamado. Este episodio simbólico nos enseña que al aproximarnos a la Pascua debemos arrojar a los mercaderes de nuestro templo interno y esparcir por el suelo sus monedas y sus estructuras comerciales, soltando las bestias para que se dispersen y vuelvan a su recinto natural.

En el ciclo anual, la Pascua tiene lugar en el plenilunio de abril, cuando el Sol se encuentra en Aries y La Luna en Libra que es cuando se derrama simbólicamente la sangre del cordero divino puesto que el signo de Aries está simbolizado por un cordero.

La Pascua se aproxima cuando el Sol atraviesa el signo de Piscis que, como saben los estudiantes, marca el periodo anual en que los bajos deseos deben ser expulsados de nuestro interior para quedar limpios de ellos. En el lenguaje simbólico, esos deseos son las bestias encerradas en nuestra naturaleza humana, es decir, en nuestro templo. La Cuaresma, con su ayuno ritual, tenía por objeto ayudar a los hombres a expulsar de sus templos internos a las bestias que se habían alojado en ellos, y Jesús realiza simbólicamente este gesto, anunciando una dinámica que todos debemos protagonizar.
2.- Por otra parte, la expulsión de los mercaderes del templo señala la necesidad de separar lo sagrado de lo profano. En el signo de Piscis que el Sol ilumina cuando la Pascua se acerca, se produce una elevación de los sentimientos y el alma busca y descubre la divinidad que quizás había perdido al transitar por Escorpio, que representa la etapa anímica anterior a Piscis. Ese redescubrimiento de lo divino en los sentimientos conduce fácilmente a su sacralización: es decir, a considerar que los sentimientos son sagrados y que, como tal, deben ser respetados y venerados. Si en el lenguaje simbólico, los deseos son las bestias internas, ese proceso de sacralización de los deseos corresponde al acto de poner las bestias en el templo.

Pero los deseos no pueden entrar en nuestro mundo sagrado sin profanarlo. Actualmente, la humanidad vive con las bestias en el templo y vemos cómo las leyes que elaboran y aprueban nuestros políticos proceden de una sacralización de los sentimientos. La Ley del Divorcio, por ejemplo, es una ley que aprueba el “sagrado deseo” de desunirse. Cuando alguien dice «Tengo el derecho de disponer libremente de mi cuerpo», está sacralizando sus sentimientos, elevándolos por encima del nivel en que deberían moverse y el legislador recogiendo ese sentimiento sacralizado dicta la ley del aborto que da a la sociedad el derecho de suprimir la vida antes de que adquiera una forma física. Hoy vivimos bajo una legislación dictada casi exclusivamente por los sentimientos, a los que se ha reconocido una dignidad que, por su rango, no les corresponde. La corriente crística, cuando aparece en nuestra naturaleza interna, pone fin violentamente a ese desorden y las cosas vuelven a su cauce.
3.- Cuando lo sagrado y lo profano se mezclan, como sucede actualmente en nuestra sociedad, la confusión aparece. En su estado natural, lo blanco y lo negro se reconocen perfectamente, pero cuando lo blanco blanquea lo negro y cuando lo negro se diluye sobre lo blanco, aparecen tonalidades que dificultan mucho el reconocimiento de lo que primigeniamente era de un color o de otro. Entonces ocurre que lo malo parece lo bueno y viceversa.

La Astrología profana nos dice que el signo de Piscis rige los grandes almacenes, como genuinos representantes de un vasto mercado en el que se encuentra de todo. Esto corresponde a las funciones exteriorizadoras de los sentimientos que Piscis tiene. En efecto, nuestro mundo sentimental es lo más parecido a un mercado, dado el múltiple interés que suscitan en nosotros las cosas que nos penetran por la vía de los sentidos. Ese mercado pisciano debe desacralizarse, debe desarrollarse fuera del templo. Fuera del edificio de la espiritualidad que estamos construyendo. En otras palabras debemos desapasionarnos. Nuestros sentimientos han de colaborar en la construcción de nuestro edificio psíquico desde fuera, no desde dentro. En nuestra naturaleza sentimental las leyes eternas aparecen reflejadas como los edificios en un río, al revés, y si esa naturaleza sentimental se superpone a las estructuras cósmicas, será como si un edificio recto y otro al revés trataran de fundirse en un sólo: el resultado será una grotesca confusión.

La proximidad de la Pascua debe inducirnos a poner fin a nuestra confusión interna. Debemos separar los sentimientos que emanan de nuestra naturaleza emocional, de los sagrados principios que emanan de nuestro Ego Superior. Los sentimientos deben estar al servicio del Ego, es decir, de nuestro Dios interno, poniendo el enorme caudal de fuerza fecundadora que conllevan al servicio de lo sagrado, sin confundirse, sin revestirse ellos mismos con la túnica sagrada que les conferiría una inmortalidad que los sentimientos no deben tener. Los sentimientos deben morir y renacer mil veces y no perpetuarse e instituirse en leyes que rijan nuestra organización interna y que se reflejen después en la vida social mediante leyes defendidas por el aparato del Estado

4.- Así pues, sacar las bestias de nuestro templo interno y expulsar de él a todos los mercaderes que se hayan instalado ha de ser una de las tareas a llevar a cabo por el hombre cristiano. Y hacerlo de la manera que lo hizo Cristo, ya que de otra forma no dará resultado: violentamente. Si nuestro Cristo interno no actúa con fuerza, las bestias y los mercaderes no se moverán. El Cristo que vive en nosotros, el que ha promulgado las reglas de conducta que figuran en el Sermón, el que ha restablecido el funcionamiento de las corrientes internas, consiguiendo la salud, ha de ser capaz ahora de hacerse un látigo y emprenderla a latigazos contra los sentimientos infiltrados en las estructuras sagradas.

Vemos así que la corriente crística se irá manifestando en nosotros sucesivamente, siguiendo un orden que aparece reflejado en los Evangelios: Cristo nace: los tres Magos de Oriente, que representan una tendencia lejana de nuestros tres cuerpos, lo reconocen; el niño crece lejos del reino de Herodes, el señor que gobierna en nuestra psique y así esa fuerza va penetrando en nuestra vida, primero en el aspecto teórico y doctrinal, para establecerse poco a poco con mayor firmeza. La expulsión de los mercaderes del templo, con todas sus bestias, corresponde a la etapa en que Cristo pone orden en los sentimientos, designándoles el lugar que con toda justicia deben ocupar.

5.- Este trabajo debemos llevarlo a cabo todos los años en la proximidad de la Pascua, o sea en la época de Cuaresma. El ayuno, del que ya hemos hablado en un capítulo anterior, será el látigo que permitirá esa expulsión. Los deseos saldrán por la ventana de Piscis, arrojados con fuerza por la espiritualidad triunfante, una espiritualidad que el ayuno hará fuerte, al tiempo que convierte los deseos en claudicantes, como esos mercaderes que no se atrevieron a defenderse de la divinidad atacante.

Pero en el ciclo diario hay también un periodo cuaresmal, en el curso del cual debemos arrojar las bestias de nuestro templo humano. Es el periodo que precede la hora crepuscular y que está regido por Piscis. Los estudiantes ya saben que las horas que van del amanecer al mediodía están bajo el dominio de los signos de Fuego; las que van del mediodía a la puesta del Sol, están bajo el dominio de los signos de Agua; las que van de la puesta del Sol a medianoche se encuentran bajo el dominio de los signos de Aire, y las de medianoche al amanecer, bajo el dominio de los signos de Tierra.

De acuerdo con este cómputo, Piscis rige las dos últimas horas de luz solar y las bestias deben salir de nuestro cuerpo porque si permanecen en él, su fuerza será utilizada por los poderes de las tinieblas, que inician su actividad en el mundo cuando la luz del Sol se va. Ese sacrificio ritual de los deseos, se exterioriza bajo el aspecto de las corridas de toros, en las que vemos cómo las bestias son sacrificadas por el hombre con vestido de luces, símbolo de la personalidad espiritual, justo antes de que la luz del Sol descienda bajo la tierra.

Esa corrida de toros debe tener lugar todos los días en nuestra naturaleza interna. Los deseos que nuestra jornada alienta, deben morir con la luz del día. No debe quedar en nosotros fuerza emotiva al ponerse el Sol, ya que a partir de ese momento, la luz estará dentro de nosotros y no fuera, y si esa luz calienta los deseos en vida, les dará un relieve y un protagonismo que no debieran tener y será entonces cuando esos deseos se convertirán en sagrados y movilizarán nuestras fuerzas espirituales para cumplirlos por encima de todo.

Si cada día matamos los deseos, evitaremos que éstos se introduzcan en nuestro templo y de esta forma Cristo no tendrá que expulsarlos. Por ello este episodio, que aparece en el Evangelio de Juan, no figura en los demás evangelios, ya que esa expulsión se produce tan sólo en el caso de que las bestias hayan penetrado en el templo. Ni que decir tiene que éste es el caso del hombre en su estado evolutivo actual.
Kabaleb Talismanes y Reflexiones para una nueva Era
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