La mochila: ligeros de equipaje

Rosa vuelve a iluminarnos con su relato sobre el simbólico Camino de Santiago. Esta vez nos hará reflexionar sobre la importancia de elegir los elementos adecuados cuando nos disponemos a iniciar un nuevo sendero. Tomemos buena nota de cara al próximo curso y empecemos a vaciar la mochila.

La mochila es uno de los elementos básicos para hacer el Camino de Santiago. Durante los días que transitamos por la ruta de las estrellas, la mochila es nuestra más fiel compañera de viaje porque en ella llevamos todo lo que necesitamos para realizar la peregrinación…
Lo que sucede con la mochila es algo muy curioso, que debería hacernos reflexionar. Hay días que se adapta a nuestra espalda, como si formase parte de ella, y ni siquiera nos damos cuenta de que la llevamos a cuestas. Otros días, la misma mochila, con el mismo peso, se nos clava en las costillas y nos hunde como si fuera una losa.

La primera vez que hice el Camino de Santiago, mi mochila estaba llena de cosas inútiles. Alguien me aconsejó que debía llevar medicinas para todo, como si a lo largo de la ruta no hubiera cientos de farmacias donde poder adquirir el medicamento apropiado, en caso de necesitarlo. Mi mochila llevaba un botiquín de lo más completo, que ya lo hubiera querido para sí la Cruz Roja.

Pocos días después de iniciar el Camino, lo que más me dolía, a causa del peso de la mochila, era la espalda. Al llegar a un punto de la ruta, la Divina Providencia hizo que me encontrara “al azar” con un personaje del Camino, al que llamaban “Pablito”. Este hombre, nada más echarme la vista encima, me dijo: “Con todo ese peso en la mochila, no vas a llegar a Santiago”.

Lo primero que hizo fue ajustármela, pues mi inexperiencia me hacía llevarla colgando, con lo que la mochila tiraba de mí hacia atrás con todo su peso. Nada más ponerla en su sitio sentí un inmenso alivio. Después, “Pablito” –al que no he vuelto a ver nunca más en otras ocasiones por la misma ruta- me aconsejó que me deshiciera de todo lo innecesario y además me regaló una vara de avellano, que todavía conservo, para que pudiera servirme de apoyo.

No me hice de rogar, y en el primer albergue en el que pernocté después del consejo de “Pablito”, dejé todos los medicamentos y toda la ropa y los utensilios que llevaba “por si acaso”. Me quedé sólo con lo imprescindible y, gracias a que vacié mi mochila, no tengo ninguna duda, pude llegar a Santiago.

Le estoy inmensamente agradecida a este hombre al que, como digo, no he vuelto a ver. Regalándome sus consejos y su vara de avellano, me hizo un regalo aún mayor al mostrarme que el Camino, el de Santiago y el de la vida, hay que hacerlo, como decía Antonio Machado, “ligero de equipaje”.

La mochila actuó como un símbolo de todo lo que yo debía abandonar para siempre en el Camino. Y no sólo tuve que vaciar la que llevaba en la espalda, sino que, mientras continuaba andando por la mágica ruta de las estrellas, también tuve que descargar esa otra mochila que no se ve. La que está repleta de sentimientos, pensamientos, emociones y malas experiencias del pasado que, si no nos deshacemos de ellas, impedirán que lleguemos a nuestro particular y simbólico Santiago.

Rosa Villada
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