El estrés de las vacaciones

Aunque parezca un contrasentido, son numerosas las personas que se estresan cuando tienen que enfrentarse a las vacaciones y voy a tratar de exponer varias razones que pueden ayudar a comprender este fenómeno.

También daré una idea de lo que, para mí, deberían ser las vacaciones y propondré un pequeño ejercicio que ayudará a limpiar impurezas del cuerpo y del alma...

El miedo al cambio, a romper la rutina, a salirnos de los cánones establecidos tiene, probablemente, parte de culpa ene ste proceso.

Primero, el trabajo diario obliga a mantener un ritmo determinado de vida y romperlo ya nos enfrenta a una situación nueva.

Segundo, dejar de trabajar abre nuestro tiempo a nuevas actividades, una de ellas pensar en el tipo de vida que estamos llevando.

Tercero, nos enfrentamos directamente (pasar mucho más tiempo) a nuestra familia, pareja, hijos, padres y esto puede causarnos más estrés que el propio trabajo (si las relaciones no son las adecuadas).

En ciertos casos, para evitar enfrentarnos a situaciones incontroladas, nos apuntamos a unas vacaciones como las que realizaba mi padre cuando era pequeño. Me explicaba que lo subían en un autocar a las 6 de la mañana y empezaban una visita maratoniana por 3000 pueblos, en los cuales el autocar se paraba unos 5 minutos y arrancaba de nuevo, al grito de “todos arriba” hacia el siguiente. O lo que es lo mismo, nos inscribimos en un número indecente de actividades para que los días pasen muy deprisa y lleguemos por la noche tan cansados que seamos incapaces de pensar.

Para mí las vacaciones deberían ser todo lo contrario, es decir, un espacio para replantearse la vida, para enfocar nuestras circunstancias desde otro punto de vista. Para ello puede resultar muy útil viajar, porque cualquier movimiento externo repercutirá en uno interno. Pero será importante tomar conciencia de cada movimiento que se realiza, de la gente que se conoce, de los lugares que se visitan y para ello es preciso tomarse las cosas con calma, de forma relajada.

Las vacaciones también pueden ayudarnos a replantear las relaciones familiares, a darnos cuenta de dónde nos hemos equivocado, a ser conscientes de que lo importante es llevarnos bien con las personas a las que amamos, en lugar de pelearnos por tener razón, por aparecer como más listos, más seguros o más fuertes.

El vacacional es un buen periodo para perdonar y para pedir perdón, para mandar un buen ramo de corazones cósmicos (a través del pensamiento) a aquellas personas con las que estamos enfrentados y para reconciliarnos con nosotros mismos, perdonando los errores que hemos podido cometer y preparándonos para hacerlo mejor en el próximo curso.

Propongo, para terminar, un pequeño ejercicio que consta de dos partes, una para limpiarnos y la otra para abrirnos y recoger información.

Primero os invito a acercaros al mar y daros un baño purificador (si a alguien le resulta imposible puede darse un baño en la bañera con medio kilo de sal marina). Se trata de entrar en el mar despacio (antes de hacerlo pactaréis un intercambio, le diréis al mar que os limpie con su sal purificadora y a cambio vosotros compartiréis con él vuestras experiencias) y a cada paso imaginaréis que soltáis el lastre que habéis acumulado durante el año. Primero el lastre físico, después el emotivo y el mental.

Cuando hayáis vuelto a casa, encendéis una vela (pidiendo que la luz de arriba se expansione abajo), tomáis una Shungit en la mano derecha (si la tenéis) y le pedís a vuestro ángel emotivo (quien desconozca su nombre que le llame mi ángel) que os mande un mensaje o una indicación de hacia dónde debéis orientaros.

Los 3 días siguientes deberéis prestar mucha atención a cuanto suceda a vuestro alrededor, porque el mensaje puede llegaros a través de una meditación, de una llamada de teléfono, de una conversación o de la charla de los vecinos de sombrilla.

Tristán Llop
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