Hace unos días me preguntó mi madre si era verdad lo que había leído en un libro escrito por un conocido psiquiatra: Que lo importante de hacer el Camino, no era llegar a Santiago, sino todo lo que se aprende durante el peregrinaje por la ruta de la estrellas.
Naturalmente, le contesté que así era, y su pregunta me recordó una anécdota que viví en el camino...
Un hospitalero que conocí en el albergue de Ventosa (Logroño), hace unos años, y que resultó que había nacido en mi misma ciudad, se había dedicado a hacer carteles y a difundir por la Ruta Jacobea una consigna que decía: “Más Camino y menos Compostela”.
Para los que no lo sepan, la “Compostela” es una especie de certificado que expide en latín la Oficina del Peregrino, al llegar a Santiago, por haber recorrido a pie los últimos cien kilómetros de la Ruta Jacobea.
Miles de personas obtienen cada año su “Compostela” correspondiente -que los acredita como peregrinos que han hecho el Camino “por causa piadosa y devota”- tras haber andado exclusivamente estos últimos cien kilómetros que, a un ritmo normal, pueden hacerse sin dificultad en tres días.
¿Esto es censurable? Claro que no. Nada más lejos de mi intención que censurar esta práctica, cada día más extendida, hasta el punto de que figura en la oferta de agencias de viajes nacionales y extranjeras. Esto ha provocado que un amigo mío haya acuñado la palabra “turigrino” (mezcla de turista y peregrino) para muchos de los que reducen la Ruta Jacobea a estos últimos kilómetros.
El Camino, ya lo hemos dicho, es como la Vida, y cada cual lo recorre como quiere, en el tiempo que considera oportuno, y con la actitud que le da la gana. Sin embargo, si su intención es sólo la de andar los últimos cien kilómetros para conseguir la “Compostela”, se perderá la experiencia y la enseñanza que le ofrece el recorrido completo o más amplio del Camino.
Hay autores, como Juan Pedro Morín y Jaime Cobreros, que dividen el Camino iniciático de Santiago en tres partes: De Roncesvalles a San Juan de Ortega “para asimilarse a los ritmos cósmicos y desprenderse de cargas mentales”.
De Burgos a Astorga, “para terminar de depurarse e iniciar la transformación y regeneración que nos lleva a la muerte iniciática”. Y, por último “desde la subida del Monte Irago –donde se encuentra uno de mis lugares favoritos, la Cruz de Ferro-, en Rabanal del Camino, hasta Finisterre, donde se vive la etapa de liberación”.
Como puede comprobarse, se hace imprescindible vivir todas las etapas para que el peregrino pueda realizar el proceso de transmutación interior que nos ofrece este Camino alquímico. Y la experiencia de este proceso no se puede adquirir andando solamente los últimos cien kilómetros de la Ruta. Por mucho que te den un papel al llegar a Santiago, que certifique tu condición de peregrino.
La meta es el Camino. O, como decía Ángel, el hospitalero que conocí en Ventosa: ¡”Más Camino y menos Compostela”!
Rosa Villada