La mayoría de los patrones de comportamiento se transmiten, en primer lugar, porque existe una relación, un parentesco que nos sitúa en la línea sucesoria, y que permite que nuestra personalidad adopte esa actitud, al igual que en las herencias de tipo material obtenemos dinero o propiedades inmobiliarias.
Y en segundo lugar, nos sirven como aprendizaje. Del mismo modo que una vacuna nos inocula un virus para que nuestro cuerpo sea capaz de generar anticuerpos, un esquema nos transmite información que debe ser primero reconocida, luego comprendida la esencia que transmite y al final superado el patrón.
Podemos comparar la vida a un campo de experimentación, de entrenamiento militar, en el cual los soldados deben pasar por distintas situaciones, simulan acciones reales de combate y deben estar preparados para llevarlas a cabo en cualquier momento. Si la existencia se desarrolla en un campo de pruebas, nuestra supervivencia depende de la preparación que tengamos para superar cada uno de los niveles a los que vamos a enfrentarnos.
Los esquemas de comportamiento forman parte de ese entrenamiento, nos inducen a desarrollar actitudes que tarde o temprano deberían llevarnos a comprender mejor el funcionamiento de nuestra psique, llegar a conocer los resortes de nuestra propia personalidad, pero tenemos que aprender a utilizar esos recursos.
¿Cómo se superan los esquemas de comportamiento? Esta podría considerarse la pregunta del millón de euros, porque la respuesta puede liberar a muchas personas de la sensación de estar controladas, del yugo que las oprime y les impide avanzar más deprisa.
He expuesto, con anterioridad, que un esquema de comportamiento está formado por una serie de actitudes, heredadas en su mayoría, que influyen en nuestra forma de ser y de vivir la vida y en muchos casos de forma negativa. Esto se debe a que seguimos esos patrones con el piloto automático, sin que participe el principal motor de nuestra evolución personal: la voluntad.
El primer paso para superar los esquemas de comportamiento debe ser la toma de conciencia. Es decir, se trata de descubrir esas actitudes heredadas o por lo menos las más relevantes, de ponerlas sobre la mesa y destriparlas, de psicoanalizarnos para conocer nuestras reacciones, la personalidad real, sin miedo a lo que podamos encontrar, con la seguridad que este proceso va a ayudarnos a ser más libres y, por lo tanto, más felices. Se trata de liberarnos -y a través de ello desligar a nuestros hijos- de actitudes ajenas que hemos heredado de una persona o de una situación.
Una manera de descubrir esquemas es formularnos preguntas sobre la relación con nuestros padres. Como los patrones positivos son los que menos preocupan, (el concepto de positivo o negativo depende de la persona interesada, ya que sólo ella puede decir si ha vivido una situación de forma más o menos agradable y si ésta le ha marcado de alguna manera) nos centraremos en los que resultan más molestos.
- Confecciona una lista con tres columnas. En la primera consigna los defectos o las actitudes que te molestan, las que más te han irritado de tu padre y de tu madre.
- En la segunda (haciéndolas coincidir con la anterior), apunta las razones que te empujan pensar así (lo que te ha dado más rabia o te ha generado más dolor de esas actitudes).
- A continuación, tacha las actitudes que consideres intrascendentes, aquellas que apenas mueven emociones en ti.
- En la tercera columna escribe el resultado. Es decir, analiza con detenimiento cada uno de los puntos que han quedado sin tachar, para detectar qué parte de tu personalidad los está desarrollando, de qué manera y hacia quién.
Actitudes molestas: ej.1.- Mi padre me menospreciaba. ej.2.-Mi madre me obligó a tomar demasiadas responsabilidades cuando era pequeña. ej.3.- Me estiraba el cabello. ej.4.-Mi madre dominaba a mi padre de una forma vergonzosa.
Razones: ej.1.- Nunca valoraba mis acciones. ej.2.- Siento que se me escapó la niñez. ej.3.- Para hacerme rabiar. ej.4.- Me daba mucha vergüenza y rabia tener un padre tan débil de carácter.
Resultado: ej.1.-Menosprecio a los que están a otro nivel en la escala social. O coloco en un pedestal a cualquiera que se me acerque o siento poca valoración en el trabajo. ej.2.- He procurado evitar que mis hijos tomaran responsabilidades y se han desmadrado. Soy poco o demasiado responsable en los asuntos domésticos. ej.3.- Intrascendente. ej.4.- Tengo problemas en mis relaciones con los demás, porque siempre trato de imponer mi criterio.
La parte final es la más delicada del proceso y se debe prestar mucha atención porque la mayoría de esos esquemas habrá mutado, igual que los virus y habrán penetrado en la personalidad del hijo de forma sutil y con una forma distinta a la inicial.
Por ejemplo, si una persona descubre que le revienta que su padre sea celoso con su madre, lo más probable es que (en el caso de heredar ese esquema de comportamiento) desarrolle los celos en otro ámbito de su vida, como el trabajo (pensará que los demás quieren apropiarse de sus ideas), o con los amigos (los querrá en exclusiva).
Si lo que nos ha dolido es que han ejercido violencia física contra nosotros, quizá la transformemos en intimidación emotiva, mental o en fanatismo.
Por lo general, la superación de esquemas de comportamiento heredados requiere de un tiempo, de una constancia y de una voluntad continuada, pero cuando se inicia, los primeros resultados aparecen de forma instantánea, como para animarnos a seguir adelante. En numerosas ocasiones, la ayuda de los demás o de algún especialista puede acelerar el proceso por el cual nos desligamos de los esquemas que arrastramos.
Para conseguir la superación de un esquema de comportamiento será necesario que comprendamos la enseñanza que va asociada a él, los motivos por los cuales lo hemos desarrollado.
Imaginemos el caso de un padre o una madre que nos transfieren un patrón de orden, a través de normas muy estrictas de obligado cumplimiento. La reacción más común, cuando uno alcanza la etapa de adulto, suele ser la de rechazo, que en la mayoría de los casos incluye la intención de transmitir a los hijos el patrón contrario, suavizándoles hasta el límite la obligación de cumplir las normas.
Pero si retomamos las bases de la argumentación anterior, diríamos que lo razonable sería tratar de comprender la razón por la cual nuestros padres nos han “forzado” a cumplir tan a rajatabla esas reglas. (Resultará importante, como hemos mencionado con anterioridad, aceptar como argumentación que el objetivo principal de los seres humanos es experimentar y descubrir a través de nuestros ensayos las bases de nuestro comportamiento.
Así, podemos comprender que nadie ha nacido para fastidiar al prójimo (aunque algunos lo disimulen bien), sino para adquirir y ayudar a transmitir enseñanzas). ¿Podría ser que, dado nuestro carácter y forma de ser demasiado relajada –en la infancia-, necesitáramos la implantación de normas para ordenar nuestra vida? Esta es una pregunta que en este caso concreto podría servir de ayuda, siempre y cuando mostremos una buena disposición a contestarla de forma sincera.
Pongamos que la respuesta a la interrogación anterior ha sido afirmativa, hemos tomado conciencia de la necesidad de implantar normas en nuestra vida. (Aunque aquí despachemos la respuesta en pocas líneas, éste es un proceso que tomará su tiempo y que dependerá de la velocidad de crucero que se imponga cada persona.)
Este desarrollo nos ha ayudado a comprender, por lo tanto, que nuestros padres actuaban sólo movidos por la necesidad de comunicarnos una experiencia (de forma inconsciente). A partir de este momento se ha roto –o se ha iniciado el proceso que llevará a superarlo- con el esquema de comportamiento heredado, y gracias a ello transmitiremos a nuestros hijos los reglamentos en su justa medida, sin que sea fruto de un intento de desagravio.
En el caso contrario, la falta de normas en la educación de nuestros hijos puede llevar a estos a desmadrarse y cometer actos cada vez más desproporcionados, buscando el límite, la frontera entre lo que está bien y lo que está mal. De una forma u otra, y a través de una actitud inconsciente, nos obligarán a fijarles normas.
El anterior es un caso muy sencillo, porque la transmisión del patrón ha sido directa y la relación de causa-efecto es bastante evidente. Pero, por lo general, esto sucede de forma sutil y se transfieren los es quemas de manera más oculta, lo cual nos obliga a esforzarnos para descubrirlos.
Luisa tuvo una madre muy insegura, a la que le costaba tomar decisiones, sobre todo en lo relativo a la educación de sus hijos. Transmitió ese patrón a su hija, pero de forma muy sutil. Luisa, que padeció las inseguridades de su madre en propia carne, siempre ha mostrado un talante firme, constante, estable.
El problema es que mantiene una relación muy rígida con sus hijos, ya que toda decisión en su hogar tiene forma de decreto de obligado cumplimiento. Así, podemos ver que el patrón de inseguridad transmitido por la madre se ha transformado en rigidez en Luisa. Ésta también es muy insegura y por eso necesita imponerse a la fuerza, ya que si abre una vía de diálogo, tiene miedo que la hagan dudar.
Para superar este esquema, Luisa tiene que tomar conciencia de él, saber que lo está desarrollando y en qué aspecto de su vida lo está haciendo. Una madre dubitativa nos obliga a tomar decisiones en edad temprana, quizá antes de lo que esperábamos. Tal vez Luisa necesitaba ese aprendizaje para aplicarlo en su edad adulta y tener más seguridad en sí misma. Comprendidas las razones que la han llevado a adquirir ese patrón deberá romper la cadena.
“Quiero facilitar a mis hijos una educación mejor que la que yo recibí, evitar que repitan mis errores y que vivan mis desdichas”. Este es un anhelo que con toda probabilidad comparten la mayoría de los padres del mundo.
Los esquemas de comportamiento representan, ante todo, transmisión de información que está escrita en clave y necesita ser descifrada para facilitar un mejor desarrollo de nuestra personalidad. Tratar de huir de esta información o negarla sólo retrasa nuestro avance. Su comprensión, en cambio, ayuda a consolidar el proyecto de vida.
Si, tal como hemos dicho, un esquema de comportamiento prefigura un acto, ser capaces de romper los patrones a los que estamos encadenados nos llevará a variar nuestras actitudes en la vida, a ser más libres, a transmitir esa libertad a nuestros hijos y, por lo tanto, a mejorar las relaciones con ellos.
Pero cuando empezamos a analizar nuestros esquemas de comportamiento surge un obstáculo, un amarre de seguridad con el que hemos atado nuestra personalidad: la justificación.
Tristán Llop
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