El bosque encantado

Cuento 5

Era sábado, al padre le acababan de regalar los utensilios necesarios para ir de excursión y decidió que aquel era un buen momento para estrenarlos.

Había pasado mucho tiempo desde la última salida, pero aún se acordaban de lo bien que lo pasaron. Tuvo lugar el verano anterior.

Fueron a una playa, pero no era como las demás, porque estaba llena de cuevas.

Sus padres prepararon, sin que Darío lo supiera, el mapa de un tesoro dejando pistas para que las pudiera seguir.

Pasaron todo el día a la búsqueda de sorpresas ocultas, de cueva en cueva, hasta que al final el chico lo encontró. Detrás de una gran roca había una caja que contenía la maqueta de un barco pirata. Por esto cuando sus padres deciden ir de excursión, Darío salta de la silla. Esta vez el padre le dijo que irían a un bosque encantado.

-¿Has preparado ya tu mochila?

Sí, mamá, ¿me hará falta la linterna?

-Llévatela por si acaso, nunca se sabe, a veces en los bosques encantados hay rincones oscuros, agujeros subterráneos cavados por los tejones u orificios en los árboles por donde las ardillas suben a sus casas. También te puede servir como defensa. Si la enfocas a los ojos de una serpiente se queda paralizada y no ataca.

-¿Quieres decir que allí donde vamos hay serpientes?

-Nunca se sabe, hijo, hay que estar preparado para todo. Darío, no olvides rellenar tu cantimplora con agua y no hagas como la última vez.

-Sí mamá, lo haré, pero es que aquel día se me olvidó de remover la leche y el cacao, por eso se hizo aquel tapón en la entrada.

-Casi necesitamos un clavo y un martillo para desembozarlo.

-Me llevo también mi cámara de fotos.

-Bueno familia, si estáis preparados, vámonos en busca de aventuras - dijo el padre. Cargaron el coche y se dirigieron hacia el bosque encantado.

-Papá, ¿por qué dices que está encantado?

-No lo digo yo. Cuenta la leyenda que está habitado por diferentes especies de seres mágicos, como los gnomos, las sílfides, las ondinas, las hadas, etc.. Dicen que en este bosque habitó una bruja malvada que atemorizaba a todos los animales porque cuando se enfadaba, no hacía más que lanzar encantamientos a todo ser viviente que se cruzara en su camino.

A los caracoles los transformaba en orugas; a los gorriones en mariposas; a los conejos en saltamontes; a las ardillas en búhos. Imagínate luego el lío de especies, nadie acertaba a saber quien era en realidad. Un día, hartos de tanta maldad, se reunieron las criaturas mágicas del bosque y decidieron unir sus fuerzas con el fin de echar de allí a la bruja. Prepararon un conjuro para que todos los seres malvados que se adentraran en aquel lugar con la intención de hacer daño, fueran enviados, por arte de magia, a mil kilómetros de distancia. Así fue como la bruja salió disparada para no volver jamás.

-Pero papá, ¿cómo sabes si el encantamiento aún está activo?

-Porque hace un tiempo me enteré que vino al bosque un cazador dispuesto a disparar contra cualquier liebre, conejo o jabalí que encontrara. Parece ser que cuando sacó la escopeta, desapareció del bosque y fue a parar a un pueblo en el que la gente hablaba otra lengua, a muchos kilómetros de allí. Desde entonces nadie más se ha atrevido a visitar este paraje con malas intenciones.

-A nosotros no nos pasará nada, ¿verdad?

-No, porque vamos a hacernos amigos del bosque y de sus habitantes, a compartir sus maravillas, a disfrutar de la naturaleza y no tenemos intención de hacerle daño a nadie.Darío estaba cada vez más excitado, lo que le acababan de contar le había impresionado mucho. Así, cada tres kilómetros preguntaba a sus padres cuánto faltaba para llegar.

Al fin llegaron. Después de aparcar el coche en un descampado, cargaron sus mochilas a la espalda. La aventura empezaba.
Se encontraban delante de un gran bosque, con árboles majestuosos, muy altos, que con dificultad dejaban penetrar la luz del sol hasta el suelo y plantas de todo tipo que al moverse, impulsadas por el viento, permitían oír varios tipos de sonidos. Todo estaba tranquilo, menos Darío que reflexionaba inquieto. ¿Qué peripecias le esperaban? ¿Iba a conocer alguna criatura mágica, un hada quizá? ¿Se haría amigo de algún animal? Siempre le hizo ilusión poder jugar con una ardilla, ya que le hacen mucha gracia esos animales, por eso trajo algunas nueces para ofrecérselas. Pero en realidad lo importante era poder aprender muchas cosas útiles para su futura profesión.

Mientras Darío continuaba soñando ya se habían adentrado en el bosque. De repente el padre se detuvo para explicarles:

-Acabamos de entrar en un mundo nuevo, cada rincón tiene su historia y para poderla entender tenemos que ponernos en sintonía con él.

-¿Y eso cómo se hace?

-Vamos a dejar las mochilas en el suelo. Cada quién elegirá un árbol. Nos sentaremos y nos abrazaremos a él. Luego cerraremos los ojos intentando escuchar a la naturaleza.Al chico le sonaron un poco extrañas aquellas palabras, porque no comprendió la diferencia que podía existir entre escuchar de pie y con los ojos abiertos; o hacerlo sentado y cerrándolos. Pero se acordó que Yliel le dijo que no era lo mismo oír que escuchar, y quizás era a esto a lo que se refería su padre, por lo que optó por hacerle caso.

Se abrazó sentado a los pies de un gran pino y cerró los ojos. Al principio le llegaron todo tipo de sonidos extraños que incluso le asustaron. Pero enseguida sus sensaciones fueron cambiando. Escuchó el canto de un gorrión que sonaba como una llamada, así que empezó a subir por el gran pino casi hasta la copa del árbol. Al llegar percibió otro sonido, una especie de cri, cri, como si unos dientes estuvieran rascando algo, se volvió para ver una pequeña ardilla que trataba de abrir una nuez.

El animalillo se puso una de sus patitas delante de la boca, como para indicarle que no hiciera ruido. Entonces Darío escuchó una respiración profunda y al mirar hacia donde procedía el sonido, vio un majestuoso búho durmiendo plácidamente. De repente, una especie de zapateo brotó del suelo. Bajó rápidamente del árbol y se encontró con un bonito conejo que golpeaba con sus patas delanteras el suelo para tratar de atraer a una hembra. La voz de su padre le hizo abrir los ojos:

-Vamos, Darío, hay que continuar.

-¡Papá!, he oído un gorrión, una ardilla, un búho durmiendo y un conejo. Es como si los hubiera visto, me da la impresión de haber estado con ellos.

-Tu oído y tu imaginación se han combinado para que pudieras percibirlos - le contestó su madre.Sin duda, esa excursión prometía ser única.La familia reemprendió su marcha. Los padres le iban explicando las cualidades curativas de cada una de las plantas que encontraban a su paso. Darío aprovechaba para fotografiarlas.

-Esto es tomillo y sirve para purificar la sangre, también es un potente desinfectante.

-¿Y hay que comérselo así?

-No cariño, hay que preparar una infusión y puede tomarse con azúcar o miel. También le enseñaron la forma de arrancar las hierbas sin perjudicar la planta y que después de hacerlo era preceptivo darle las gracias. Eso le pareció muy gracioso y pasó el siguiente cuarto de hora dándole las gracias a todas las plantas que encontraba por el camino, diciéndoles:

- Gracias por ser tan bonita, gracias por ser tan larga, gracias por ser tan útil, gracias por oler tan bien, gracias por alegrarme la vista, gracias por estar aquí, etc.Tras andar media hora y entre gracias y gracias llegaron a un precioso lago. El agua era tan clara que todas las imágenes quedaban reflejadas, se podían ver incluso peces de colores nadando en sus profundidades. Los tres estaban sorprendidos y encantados de estar allí.

-No hay duda que este lugar está encantado, porque no es frecuente encontrar un lago en medio de un bosque, seguro que esconde algún misterio. Quizás sea donde la bella durmiente conoció a su príncipe azul. - Dijo la madre.Darío estaba impresionado por la hermosura del lugar.

-¿Mamá, puedo bañarme?

-El agua debe estar helada.

-Creo que no.Darío ya se había quitado la ropa y corriendo se tiró de cabeza al agua.

-¿No os bañáis? Está buenísima.

-Tal vez dentro de un ratito - contestó la madre.

-Pues yo voy a darme un chapuzón ahora mismo - aseguró su marido.Los dos estuvieron bañándose y jugando en el agua durante un buen rato. Realmente ese lago era algo especial. Por un lado se flotaba más de lo normal, teniendo en cuenta que se trataba de agua dulce y por otro se sentía una paz y un bienestar muy agradables. Al verles tan felices la madre decidió darse también un chapuzón. Cuando por fin salieron del agua, oyeron un croac, croac, y apartando unos matojos de delante descubrieron en una charca, encima de unas hojas, dos ranas verdes.

-A lo mejor resulta que son un príncipe y una princesa y que han sido encantados por el mago malasombra.

-¿Quién es ese? - preguntó Darío.

-Es un mago bastante malo que se dedica a hacer encantamientos a todo aquel que le cae antipático. Pero su especialidad es cambiar narices.

-¿Cambiar narices?

-Sí, me acuerdo una vez que a un chico le puso una trompa de elefante por nariz; y a una jovencita se la puso de erizo, así cada vez que su novio se acercaba a darle un beso, se pinchaba.El padre hablaba con tal convicción, que a Darío le era difícil distinguir cuando lo hacía en serio o en broma.

-Vamos a preguntarles a estas ranas si quieren jugar con nosotros.

-¡Pero no conocemos el idioma de las ranas!

- No te preocupes, ya verás como nos entienden.Entonces el padre dijo:

- Ranitas, ¿queréis jugar con nosotros?Al cabo de unos segundos las ranas contestaron sendos croacs.

- Lo ves, han dicho que sí. ¿Qué te parece si les hacemos hacer una carrera?

- ¡Fantástico!

Pues prepárate. Coge una ramita y cuando diga ¡ya!, vas tocando suavemente la rana por detrás. La llegada será en aquella charca que hay allí delante. Preparados, listos... ¡Ya!.

Al dar la salida los dos activaron a sus respectivas ranas, bajo la atenta mirada de la madre. La de papa empezó dando tres grandes saltos que la pusieron en primer lugar. En cambio Darío tenía problemas para que la suya se moviera, quizás no le gustara mucho el sistema del palo. Así que cuando el padre ya le llevaba tres cuerpos de ventaja, decidió cambiar la estrategia. Se puso detrás de su rana y empezó a soplar.

La otra ya se estaba acercando a la meta, pero repentinamente, la del niño empezó a dar saltos sin parar. El caso es que llegó a la meta la primera, ante la sorpresa de todos. Darío brincaba de alegría abrazándose a su madre, mientras papá le daba las gracias a las ranas por su colaboración.Ya era mediodía y el esfuerzo les abrió el apetito, así que pusieron la mesa en un claro del bosque junto al lago y devoraron la exquisita tortilla de patatas que traían para comer.

Después de la fruta Darío se sentó cómodamente a la sombra de un enorme pino de unos veinte metros y que en su tronco asomaba un curioso agujero. Precisamente este orificio sirvió de inicio a una historia que su padre empezó a contar sobre un gnomo llamado Hans.Al cabo de unos instantes Darío oyó detrás suyo una voz diciéndole:

- Venga, espabila, hace rato que te estoy esperando y tengo prisa.

Darío, al volverse, pudo ver ante sí a un pequeño individuo, del tamaño de un soldadito. Su cabello era blanco a juego con una barba bastante larga. Sus brazos y piernas se veían fuertes y su cara dejaba intuir que era de buena persona. Haciendo un esfuerzo y respirando profundamente le preguntó:

- Pero, pero ¿quién eres?

- Soy el gnomo Hans, date prisa que llegaremos tarde.

- Pero ¿Qué dices?, ¿a dónde vamos? Yo no puedo ir a ningún sitio, estoy aquí con mis padres, les tengo que pedir permiso para poder marcharme y además yo no conozco este bosque.

- No te preocupes, ahora tus padres no te pueden ver ni oír. No tienes más remedio que venir conmigo porque necesito tu ayuda.

Darío no alcanzaba a comprender nada de lo que estaba sucediendo, así que se acercó a sus padres para preguntarles si le daban permiso para marcharse, pero se quedó helado al darse cuenta, tal como le dijera Hans, que no podían verle ni oírle.

- Oye, ¿Qué está pasando aquí? ¿Cuando podré volver a hablar con mis padres?

- Cuando haya finalizado nuestra historia.

- ¿Nuestra historia, qué historia?

- Ya te lo he dicho antes, necesito que me ayudes, tenemos que encontrar a mi hermano Mans que se ha perdido por donde viven los "No lo sé".

- No entiendo nada. ¿Quiénes son los "No lo sé"?

- Ya lo verás, ahora sígueme.Diciendo estas palabras Hans se introdujo en el agujero del árbol, pero al disponerse a seguirlo, Darío se dio cuenta de que el hueco era demasiado pequeño para él. Al cabo de unos segundos Hans volvió a salir del árbol bastante enfadado.

- ¿Pero qué esperas, no te he dicho que tenemos mucha prisa?

- Pero es que yo no quepo en ese agujero.

- Asómate y verás.

Diciendo estas palabras Hans se puso detrás de Darío y cuando éste se asomó le dio un gran empujón que hizo que el niño penetrara por el hueco. Al entrar en el árbol disminuyó su tamaño y ahora era tan bajo como el Gnomo. Empezaron a andar por una especie de túnel con muy poca luz y al cabo de unos minutos salieron al exterior. Ante ellos se levantaba un curioso lugar rodeado de montañas. Las casas no eran ni altas ni bajas, ni anchas ni estrechas, ni bonitas ni feas y no se veían ni muchas ni pocas.

-Esto es "No lo sé"Darío se quedó muy extrañado de que existiera un lugar con ese nombre. Mientras se dirigían hacia el centro preguntó:

-¿Qué es lo que hemos venido a hacer aquí exactamente?

-Ya te lo he dicho, tenemos que buscar a mi hermano que se ha perdido.

-¿Pero si está desorientado por qué no pregunta? Seguro que alguien sabrá indicarle cómo salir de aquí.Mientras el niño hablaba un aldeano se acercaba a ellos por el camino. Era un hombre alto, vestía una camisa a cuadros verdes, amarillos y rojos; un pantalón azul claro; un calcetín marrón y otro negro y calzaba una zapatilla deportiva en un pie y un zapato en el otro. Darío pensó que iba vestido como un payaso.

-Hola.- le dijo.

-Hola.-Yo soy Darío y él Hans, ¿cómo te llamas?

-No lo sé.

-¿Eres un payaso?

-No lo sé.

-¿Por qué vas vestido así?

-No lo sé.

-Estamos buscando al hermano de Hans, un gnomo llamado Mans, ¿sabes dónde podemos encontrarlo?

-No lo sé.Darío empezaba a enfadarse al no comprender por qué aquel individuo no contestaba a ninguna de sus preguntas. A lo mejor es que era tonto o quizás no alcanzaba a entender su idioma. Así que probó de otra forma.

-Él Hans - dijo señalando al gnomo, - Yo Darío – apuntando su propio cuerpo con el dedo y luego lo señaló a él. Entonces el individuo dijo:

-Yo me llamo Filonosé.

Entonces ayudándose con gestos le preguntó:

-¿Tú saber dónde encontrarse Mans?

-No lo sé.

-¿Pero tú comprenderme a mí?

-No lo sé.Viendo que Darío se estaba desesperando, Hans se decidió a intervenir:

-Gracias Filonosé por tu ayuda, adiós.

- De nada, adiós.

Cuando el extraño ya se había alejado unos pasos el gnomo dijo:

- Ahora ya sabes por qué este sitio se llama "No lo sé". Antes no he tenido tiempo de contarte que éste es un lugar muy peculiar. Te has fijado que las casas están construidas de una forma extraña, es porque no sabían como hacerlas. Has visto como iba ese hombre, se ha vestido así por no saber qué ponerse. No ha respondido a tus preguntas porque no sabía qué contestarte. Debes saber que aquí, cuando hablas con la gente, no puedes efectuar preguntas porque siempre contestan no lo sé.

- Pero entonces, ¿cómo encontraremos a tu hermano?

- Hay que utilizar el ingenio, intentaremos obtener información de la gente sin formular preguntas. Hay otra cosa importante que también debo contarte. Sobre este lugar pesa un encantamiento y cualquiera que diga tres veces "no lo sé" queda hechizado, ya no sabe nada y se convierte en un ciudadano más del pueblo. Eso es lo que le ha pasado a mi hermano y por ello no puede volver a casa, ya no sabe salir, ni hablar sin hacer preguntas, etc.. La única forma de salvarlo del conjuro es haciendo un triángulo mágico.

Yo conozco la fórmula pero para formar esa figura tenemos que ser tres, por eso te necesito. Ahora debemos dividirnos, yo iré hacia la izquierda y tú a la derecha. Toma este silbato, si encuentras a Mans, tócalo y yo acudiré enseguida, pero recuerda: no digas "no lo sé". Que tengas suerte.

- Hasta luego.Cada uno se marchó por su lado. Darío, mientras caminaba, iba pensando en cómo interrogar a la gente pero sin hacer preguntas. Al cabo de dos minutos se encontró con una mujer, vestida tan estrafalariamente como Filonosé.

- Hola, buena mujer, estoy buscando a un amigo mío, un gnomo que se llama Mans y he pensado que quizás pueda usted darme alguna indicación que me ayude a encontrarlo.

- ¿Como iba vestido? - preguntó la mujer.

- No lo sé. Ay...Al contestar Darío se dio cuenta de que acababa de caer en la trampa al pronunciar las palabras mágicas, en caso de repetirlas dos veces más quedaría encantado. Era fundamental que tuviera más cuidado. Entonces se puso nervioso y le preguntó a la mujer:

- ¿Pero le conoce o no?

- No lo sé.

- ¿Piensa ayudarme?

- No lo sé.

- Bueno, adiós.

Adiós.Darío se sentó entonces encima de una gran piedra del camino y pensó en tranquilizarse porque de no conseguirlo era imposible encontrar al gnomo. Además ésta misión era peligrosa. ¿Y si se le escapaban las palabras encantadas tres veces? ¿Cómo sabrían sus padres dónde estaba? ¿No volvería a verlos más? Esta idea le entristecía. Pero ahora necesitaba apartar esos pensamientos de su mente para poder cumplir la misión encomendada y para ello era imprescindible estar concentrado.

Empezó a reflexionar sobre cómo hacer las preguntas, sin formularlas y la manera de contestar sin utilizar las palabras encantadas. Después de preparar su estrategia, salió al encuentro de un transeúnte. Encontró un hombre que no era ni joven ni viejo y que también iba vestido muy raro, se acercó a él y le dijo:

- Buen hombre, deseo que me ayude a encontrar a mi amigo el gnomo Mans porque tengo que darle un recado.

- ¿Cómo va vestido?

- La verdad es que no lo puedo asegurar, quizás como usted.

- ¿Sabes si usa sombrero?

- No, no lo ... puedo asegurar, puede que sí, puede que no.

- ¿Cuál es su apellido?

- No lo ... recuerdo.

- Me parece que me estás hablando de uno que vive en la casa rosa, cuatro calles hacia arriba y una a la derecha. Intenta encontrarlo allí.

- Gracias señor.Darío se fue de allí muy contento por haber sabido controlarse muy bien y se encaminó hacia la casa rosa que le indicó el hombre. Por el camino tropezó con una pelota cuadrada que un niño trataba de encestar en una canasta que también era cuadrada. El chiquillo aprovechó para preguntarle:

- ¿Qué hora es?Y Darío, que no llevaba reloj, le contestó:

- No lo sé, lo siento.Tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta que había vuelto a pronunciar las palabras mágicas.

- Dios mío, qué rabia, las he vuelto a decir. Si las pronuncio nuevamente tendré que quedarme a vivir aquí para siempre. Qué horrible debe ser estar en un sitio en el que cada vez que preguntas algo te contestan lo mismo. Además, si me quedara aquí me iba a ser imposible convertirme en contestador.

Darío siguió caminando en busca de la casa rosa. De vez en cuando se agachaba para no chocar con los tendederos que estaban en las aceras. Cuando llegó a la cuarta calle giró a la derecha y al dar unos cuantos pasos se encontró con una casa pintada de rosa. No era ni grande ni pequeña. Se acercó buscando el timbre para llamar. Después de mucho explorar lo encontró en un rinconcito abajo de la puerta, a la derecha.

- Vaya sitio más curioso para poner un timbre - pensó.

Al oprimir el botón se escuchó un sonido extraño, algo así como: cucurrucu. La puerta se abrió, aunque no se veía a nadie. Darío se quedó boquiabierto al encontrarse con el cuarto de baño, la verdad es que no pasa a menudo que en la entrada de la casa esté el lavabo. También le sorprendió la posición de la bañera, que estaba colocada en la pared en lugar de estar en el suelo, y se preguntó cómo lo harían para bañarse sin que se cayera el agua. Continuó hacia delante para encontrarse con otra puerta, al abrirla entró en la cocina.

Esta vez no se asombró al ver la puerta del frigorífico totalmente abierta. Finalmente dio con el comedor. Había un mueble muy grande y arriba del todo, tocando el techo, estaba el televisor. Sentado en el suelo, encima de un cojín, un hombrecillo hacía esfuerzos para intentar ver la televisión. Lo más curioso era que como no tenía mando a distancia, cada vez que quería cambiar de canal tenía que subirse a una escalera.

- Hola, me llamo Darío, ¿tú eres Mans?

- No lo sé.

- Es verdad, no tengo que hacer preguntas - recordó. - Pienso que si te llamas Mans podrías decírmelo ya que te estoy buscando.

- Sí, yo soy Mans. ¿Sabes qué hora es?

- No, pero no debe ser muy tarde. Estoy ayudando a tu hermano Hans que te está buscando.

- ¿Dónde está Hans?

- No ... te lo puedo decir ahora, pero voy a llamarle.

Dicho esto Darío salió al exterior de la casa para utilizar el silbato que le entregara Hans, pero por más que soplaba no conseguió que saliese de él ni una sola nota. Pensó entonces que no funcionaba, lo guardó de nuevo en su bolsillo para volver a entrar en la casa y preguntarle a Mans si él también tenía uno.

- Mans, este silbato no funciona, ¿tienes tú uno?

- No lo sé.Dándose cuenta de su equivocación intentó reformular la pregunta:

- He pensado que si tuvieras un silbato como éste, me lo podrías dejar para llamar a tu hermano.
- El que tienes es el mío ¿Crees que Hans tendrá sed cuando venga?

- No... me lo preguntes a mi.A punto estuvo de meter la pata, suerte que se dio cuenta antes de acabar la frase.

- Pero tu hermano no vendrá porque el silbato no funciona.

- Quien ha dicho que no va - respondió una voz desde la cocina.

- Hans, eres tú, que alegría me da verte, pero ¿cómo has sabido que estábamos aquí?

- Tú me llamaste, pero olvidé decirte que el silbato funciona a una frecuencia muy baja que sólo los gnomos podemos oír.Cuando Hans y Mans se vieron, se situaron el uno en frente del otro y empezaron a frotarse la nariz. Darío se quedó un poco extrañado al ver este tipo de saludo, aunque ya lo viera en la serie de dibujos animados de David el gnomo que hacían en la tele.Después Hans los reunió para hacer el triángulo mágico. Se dieron la mano y se situaron formando la figura, entonces Hans pronunció las palabras mágicas:

- Que las preguntas se vuelvan respuestas; que los no sé se transformen en saber, que la razón nos abra las puertas y que Mans vuelva a ser él.La primera reacción de Mans al verse liberado del encantamiento, fue la de mirarse con extrañeza.

- ¿Pero que hago yo vestido de esta forma tan estrafalaria? ¡Madre mía, si me vieran mis amigos se reirían de mí!Su hermano le explicó entonces lo sucedido y luego buscó su ropa en el armario. Después que Mans se vistiera, los tres salieron de la casa dispuestos a abandonar ese lugar lo más rápido posible. Cuando ya estaban en las afueras Hans dijo:

- Quiero darte las gracias por tu ayuda, sin ti no hubiera podido salvar a mi hermano. En agradecimiento te dejaré que conserves el silbato de Mans y si algún día me necesitas, no tienes más que soplar y yo acudiré. Ahora debes volver con tus padres. Adiós gran amigo.

- Estoy muy contento de haberos conocido y esta aventura me ha encantado. Espero que volvamos a encontrarnos pronto. Adiós.Diciendo esto Hans y Mans juntaron sus narices con la de Darío y se la frotaron en señal de amistad. Después el niño entró en el mismo árbol del que había salido y pasó por el túnel hasta llegar al otro lado.

- Darío, cariño, despierta que se está haciendo tarde.

- ¡Mamá, papá!, he vivido una aventura fantástica con unos gnomos que eran hermanos y se llamaban Hans ...

- Y Mans, ya lo sabemos hijo, es el cuento que te estaba explicando tu padre cuando te has quedado dormido.

- ¿Quieres decir que todo ha sido un sueño? No puede ser, era demasiado real.

- Claro hijo, recuerda que estamos en el bosque encantado.Darío se quedó pensativo, cogiendo su mochila se la cargó a la espalda. Siguieron la excursión, pero ya nada era como antes, estaba demasiado emocionado con lo vivido para fijarse en nada más. Esa tarde continuaron descubriendo rincones preciosos y disfrutando de la naturaleza, incluso encontraron a dos encantadoras ardillas. Eran sus animalillos preferidos, pero en aquellos momentos no consiguieron llamar la atención del niño. Cuando empezaba a oscurecer reemprendieron el camino de vuelta a casa. Una vez allí Darío se fue a duchar y cenó. Antes de acostarse su madre le dijo:

-Cariño, pon lo que llevabas hoy en el canasto de la ropa sucia, pero acuérdate de vaciar los bolsillos, que la última vez lavé tu pantalón tejano con una canica y, con los golpes, la lavadora sonaba como una orquesta en plena actuación.

- Esta bien mamá, ahora mismo lo hago.Darío empezó a vaciar los bolsillos de su pantalón: en el de atrás había una nuez que olvidó dar a las ardillas; en el delantero-izquierdo el pañuelo y en el delantero-derecho no recordaba haber guardado nada pero en cambio notaba un bulto.

Introdujo la mano con bastante interés, ya que deseaba saber lo que había olvidado. Su sorpresa fue de campeonato por lo que encontró. ¡Dios mío, es el silbato de Hans y lo tengo en la mano! O sea que no ha sido un sueño, ha pasado de verdad, la aventura ha sido real, puesto que el silbato también lo es.

Éste cuento está pensado con tres posibles finales distintos, así que os animo a escoger el que más os guste.

Primer Final :Darío tuvo la intención de ir corriendo a contárselo a sus padres, pero pensó que tal vez no lo entenderían o no se lo iban a creer, que aún sería peor. Así que decidió guardárselo debajo de la almohada y no decir nada.

Segundo Final :Darío fue corriendo a enseñárselo a su padre, pero éste le confesó que fue él quien se lo puso en el bolsillo mientras estaba durmiendo en el bosque.

Tercer Final :Como Darío pensaba que no le creerían, utilizó el silbato para hacer venir al gnomo Hans y luego se lo presentó a sus padres para que vieran que la aventura con los "No lo sé" había sido real.

Tristán Llop


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